Para las izquierdas históricas, la solidaridad, el internacionalismo y la valoración del papel del Estado como un instrumento útil que coordinada políticas y proyectos, eran señas de identidad incuestionables. Por lo tanto, no podían entender determinadas confusiones conceptuales -o ciertos ardides argumentales- en un mundo que, como el que Adam Schaff podía ver en sus últimos años, se encaminaba a pasos acelerados hacia el transnacionalismo, e incluso hacia el cosmopolitismo solidario en sus sectores más avanzados y más coherentemente de izquierdas.
Los estudios que vengo coordinando, desde el año 1995, sobre Tendencias Sociales de Nuestro Tiempo, en el marco de las investigaciones del GETS (Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales) demuestran empíricamente que la evolución de las mentalidades, en sus aspectos de fondo, vienen orientándose cada vez en mayor grado en la dirección que anticiparon analistas sociales como Adam Schaff y otros muchos. Y ello sucede en contraste con otras impresiones que se reflejan en el plano de la actividad política y en ciertos discursos que circulan machaconamente en los medios de comunicación social. Por eso, precisamente, son importantes y significativas las tendencias de fondo que apuntan hacia un menor peso (cuantitativo) de las identidades básicas de la población con adscripciones territoriales conectadas a sus Comunidades Autónomas, mientras que aumentan -sobre todo entre los jóvenes- las definiciones adscriptivas de carácter cosmopolita (“ciudadanos del mundo”) y las de carácter más directo y vivencial (el “barrio” y el “municipio” donde se vive).
Todo ello en un marco general que, en ocasiones, he definido como de “multiciudadanía compleja agregada”, que da lugar a que cada vez más personas se sientan, a la vez, y sin mayores problemas, como españoles, andaluces, murcianos…, de su pueblo o barrio y “ciudadanos del mundo” (pero, sin embargo, últimamente menos “europeos”).
Por eso, y por obvias razones derivadas del actual contexto histórico, económico y tecnológico, yo estoy entre los que creen que el mundo del “nacionalismo” está periclitado en sus raíces y fundamentos históricos y culturales. Por más que aún podamos vivir etapas de eclosión política nacionalista, como suele ocurrir en los períodos de crisis económica e incertidumbre política.
De ahí la sorpresa que me ha causado el artículo de Vicenç Navarro, publicado en esta misma plataforma digital, con el título de Los cambios del socialismo español durante la Transición y que, en mi modesta opinión, más que contribuir a clarificar el actual debate sobre el nacionalismo en España y facilitar la búsqueda de soluciones razonables y viables, puede promover una mayor confusión y enconamiento. Sobre todo, en la medida en la que algunas de las cosas que se dicen en dicho artículo no son ciertas, o no se expresan con el respeto necesario a la verdad de los hechos. Amén de otras cuestiones más opinables, que es importante que sean consideradas (por todos) con el mismo respeto que aquel que el profesor Navarro reclama para sus propias opiniones, que, por supuesto, yo respeto y considero en alto grado, especialmente en lo que concierne a sus análisis socioeconómicos.
Pero, como no hay mayor desprecio que no hacer aprecio, me gustaría reseñar aquí cinco aspectos en los que me parece que Vicenç Navarro se equivoca en su referido artículo. En primer lugar, no es cierto que existan solamente dos visiones antagonistas y polarizadas sobre la concepción de España. Creo sinceramente que la concepción surgida de la Transición democrática es una visión alternativa más inclusiva, más realista, más productiva (lo ha sido durante tres décadas) y con más posibilidades positivas de futuro que las dos visiones polarizadoras que Vicenç Navarro intenta presentar en su cuerno de opciones de futuro.
En segundo lugar, tampoco es cierto que la visión que Navarro califica como “jacobina” sea únicamente la visión de la Monarquía, el Ejército, la Iglesia y los poderes fácticos económico-financieros. Cuando se realiza un análisis maniqueo de esta naturaleza se prescinde de un plumazo de un número considerable de intelectuales, historiadores y políticos respetables que durante años han intentado superar el drama de las dos España, que Antonio Machado expresó con tanta sensibilidad y sentido común. En el campo específico del socialismo, el sentido de Estado y la visión de España ha estado presente no solo en grandes líderes históricos, como Indalecio Prieto y muchos otros, sino más recientemente en Felipe González, Alfonso Guerra y un larguísimo etcétera. De hecho, nadie puede negar hoy en día que el papel del PSOE y sus posiciones políticas hayan sido durante los cruciales años del posfranquismo uno de los vectores fundamentales para lograr evitar que la sociedad española se deslizara nuevamente por la senda de las confrontaciones sin salida y sin futuro, que al final siempre acaban produciendo dolor y sufrimiento a los sectores más débiles de la sociedad.
En tercer lugar, Vicenç Navarro, con todas sus reclamaciones de respeto para sus propias opiniones, nos falta al respeto seria y dolorosamente a todos los españoles que intentamos impulsar y apoyar las políticas de la Transición democrática, por entender sincera y legítimamente que aquellas eran las mejores y más apropiadas para la sociedad española en aquellos momentos. El intento de presentar lo que entonces ocurrió como una maquinación de turbios poderes fácticos protofranquistas, en realidad es un insulto a la buena fe y a la honestidad política de la inmensa mayoría de los españoles que entonces apoyamos aquella política, que tan buenos resultados ha dado durante bastantes años. ¿Que existieron insuficiencias y que se dieron errores en aquellas políticas? ¿Y en cuáles no se dan carencias? ¿Existe algún ejemplo histórico de políticas químicamente puras y carentes de cualquier tipo de errores parciales e insuficiencias concretas? ¿De qué se nos está hablando? La política real y concreta consiste, precisamente, en el arte de hacer posible lo necesario y en ir rectificando, completando y mejorando lo existente, sin verse obligados a empezar continuamente de nuevo, como en el viejo mito de Sísifo. Aunque, desde luego, siempre será más fácil escribir o predicar sin mácula en un papel en blanco, que dar trigo.
En cuarto lugar, y en lo que se refiere específicamente al nacionalismo y sus perspectivas actuales, el debate de ideas y propuestas resulta más difícil, sobre todo cuando aquellos que piden respeto para sus ideas no admiten que se pueda discrepar de ellas. Algo que sucede frecuentemente con los nacionalistas más extremos, que tienden a reducir el mundo a un esquema en blanco y negro, de buenos y malos, de “patriotas” (los suyos) y centralistas malvados e insultantes (los que no comparten sus puntos de vista).
En este aspecto, por ello, hay ciertos elementos de los discursos nacionalistas que operan en una onda emocional diferente, que hace difícil el diálogo en su sentido más riguroso y profundo; en el famoso “preguntar y escuchar” machadiano. De ahí que algunos hayan podido hablar de una especie de “virus” que todo lo afecta.
Creo que los profesores y analistas deberíamos hacer un esfuerzo por aportar argumentos e informaciones verídicas al actual debate sobre el nacionalismo, procurando proporcionar elementos clarificadores y no oscurecedores. Consecuentemente, me parecen útiles y pertinentes las informaciones que están aportando varios reputados Catedráticos de Economía sobre las falacias de las “famosas balanzas fiscales” y el no menos famoso “España nos roba”, o la supuesta deuda latente, o el excedente disponible, que tan detalladamente ha clarificado y desmitificado Josep Borrell. Por no hablar de la injusticia, e inexactitud, que se comete cuando se desconoce todo lo que se ha hecho desde los inicios de la Transición para superar y armonizar el esquema radial en las comunicaciones y para rectificar las terribles desigualdades de renta y de dotaciones entre unas y otras comunidades.
En este sentido, tampoco es cierto, como sostiene Vicenç en su artículo, que la actual exigencia de autorización previa del Ministerio de Educación para poder cambiar una asignatura en los planes de estudios universitarios sea una imposición del poder central sobre Cataluña. Lo mismo nos ocurre a los que estamos en otras Universidades fuera de Cataluña. En este caso, el problema no es de “nacionalismo centralista” frente a “nacionalismo catalán”, sino de rigidez en una forma de organización y concepción académica que se desarrolló al calor del plan Bolonia, y que habría que cambiar en una dirección de mayor flexibilidad y sentido común, en bien de la lógica educativa y no del “nacionalismo”.
En suma, la mezcla de argumentos mal traídos, mal documentados, mal conectados, con saltos de planos y con propósitos críticos ad hominen, de forma expresa y/o latente, creo que no son la mejor manera de propiciar el entendimiento que ahora tanto se necesita, de la misma manera que tampoco lo es descalificar a priori y de manera absoluta la posición actual del PSOE tildándola de “federalismo tardío e insuficiente”, al tiempo que se sostiene que el PSOE traiciona sus anteriores posiciones federalistas. ¿En qué quedamos?
Sinceramente, no sé para qué sirven todos estos ejercicios dialécticos argumentativos, ni si tienen alguna utilidad para aclarar un debate que está generando mucha confusión, y no poca incertidumbre y malestar en amplios sectores de la población española, y entre no pocos de nuestros vecinos europeos. Pero, lo cierto es que somos muchos los que pensamos que no podemos permanecer callados frente a algunas de las cosas que se dicen, y que también nosotros tenemos derecho a opinar y a discrepar, ¿o no? Y no se puede aceptar que se diga que aquellos que discrepamos estamos ofendiendo o descalificando a los que se envuelven en la falsa seguridad de banderas y emociones que a muchos nos parecen desfasadas, inviables y poco positivas. Sobre todo, a los que entendemos que la solidaridad (interpersonal, interregional e internacional) es una exigencia inexcusable en este mundo complejo en el que nos ha tocado vivir. Y, por eso, para el socialismo, y para la izquierda en general, el criterio solidario ha sido, es y deberá seguir siendo, parte fundamental de sus señas de identidad, sin discriminaciones, privilegios, ventajas, ni regresiones.