La verdad es que en la sociedad española están teniendo lugar hechos verdaderamente sorprendentes. Unos hechos que si se produjeran en la intimidad privada apenas tendrían mayor trascendencia. Lo inaudito es que se trata de acontecimientos que alcanzan una gran proyección mediática.

Probablemente, si una figura especialmente emblemática de la nobleza española, de edad muy avanzada y de salud bastante quebrada, decidiera o hiciera cualquier cosa –por muy sorprendente que fuera– en el ámbito de su privacidad no tendría mayor alcance. Pero el hecho de que la peculiar boda de una octogenaria avanzada se convierta en una noticia nacional e internacional resulta increíble. Y, para más INRI, cuando a esta “noticia” (?) se añade un simulacro de baile flamenco, a las puertas de una capilla privada, jaleada por una festiva concurrencia de entusiastas, entonces el acontecimiento empieza a bordear el esperpento. Sobre todo, cuando algunos medios de comunicación internacional se hacen eco destacado del esperpento, proyectando una imagen surrealista –y no sé si freudiana– de una España que en nada se parece a lo que en estos momentos necesitamos.

El problema no es que algo así suceda, sino el enorme eco social que alcanza, con numerosos medios de comunicación social –incluso públicos– siguiendo en directo la noticia y amplificándola de continuo en los horarios de máxima audiencia. ¿Es esto serio? ¿Nos merecemos hoy en día retornar al modelo de la España de charanga y pandereta?

En la vida política, a veces, también se proyectan imágenes no menos esperpénticas. ¿Qué decir de los singulares ecos mediáticos de una famosa marquesa-lideresa que resulta que ahora está empeñada nada menos que en convencer a unos pobres profesores despedidos de que no se ha despedido a nadie y que aquellos que afirman lo contrario son unos mentirosos redomados y unos políticos agazapados? ¡Y de esto se pretende convencer a los propios despedidos y a sus compañeros de instituto! Vamos, que además de cornudos, apaleados.

Pero lo más esperpéntico es que dicha marquesa –o condesa-lideresa, o las dos cosas a la vez, que yo de eso no entiendo nada– afirme, como gran argumento de su dicterio, que la prueba irrefutable de que el líder de la oposición miente en este asunto es que no la mira a la cara. Es decir, si la miras a la cara dices la verdad, y si no la miras mientes. ¡Menuda regla de tres!

Más divertido aún es que la susodicha marquesa-duquesa-lideresa sostenga con la mayor apariencia de seriedad –si es que tal cosa es posible– que todo este lío de la enseñanza obedece a la pérfida intención de unos sindicalistas aprovechados que están haciendo negocio con la venta de unas camisetas de color verde.

En fin, los ejemplos pueden multiplicarse con sólo acudir a las acciones y a las declaraciones cotidianas de otros insignes próceres y lideresas, desde aquella que no ceja en hacer honor a su nombre y es causa de continuos dolores de cabeza para su jefe de filas, que no quiere enseñar mucho el plumero antes del 20 de noviembre, hasta aquellos otros prohombres de la burguesía catalana, por ejemplo, que a la par que recortan draconianamente los recursos destinados a ayuda al desarrollo, o dejan de pagar a las residencias de ancianos, al mismo tiempo –y sin pudor alguno– incrementan los fondos dedicados al doblaje de películas en catalán, o a la difusión internacional de la lengua y la cultura catalanas. Lo cual merece todo el respeto del mundo. Pero, sinceramente, ¿qué es más importante, ayudar a los ancianos o a los hambrientos del mundo, o doblar al catalán algunas películas?

Cuando todas estas cosas suceden, y se proyectan públicamente como lo más natural del mundo, es que algo muy serio está pasando en nuestra sociedad. Cuando muchas personas ven los acontecimientos políticos que se nos están viniendo encima, y no hacen nada y se resignan, o simplemente dicen que a los del partido hasta ahora gobernante ya no les aguantan más, es que algo grave está ocurriendo en nuestro sistema democrático.

En lo anecdótico, podremos hacer chascarrillos y reírnos un poco y hasta aseverar que ni Valle Inclán lo hubiera podido hacer mejor, pero en el fondo y en la forma estamos ante signos inequívocos de decadencia y de una gran desorientación. ¿Dónde está la España seria, moderna, trabajadora y con afán de mejora y de progreso? ¿No hay capacidad de reacción? ¿Van a dejar la gran mayoría de los españoles con mentalidad del siglo XXI que su espacio y su imagen se vean relegados y sepultados por los profesionales del esperpento y el chascarrillo?