Los “soberanistas”, responsables de la crisis en la Generalidad de hoy y en la de ayer, han decidido que su “enemigo” es España. Y puede que esta decisión ayude a simular su incompetencia y su falta de soluciones ante la crisis real, pero, sin lugar a dudas, contribuirá a agravar los problemas de catalanes y de españoles en general.

La teoría política clásica también enseña que quien se deja ganar la batalla de las ideas acaba perdiendo la batalla política y la guerra electoral. Algo de esto le ha pasado a la izquierda en Cataluña. Tanta concesión al “sentimiento nacional” ha convertido la política catalana en el campo de juego perfecto para los nacionalistas, y ahora algunos advierten que hay que sumarse “porque la corriente es imparable”. Pero las corrientes ideológicas se contrarrestan con la fortaleza de las ideas propias, y los partidos de izquierda no se fundaron para dejarse mecer por vientos ajenos.

En democracia, el uso de la razón debe imponerse sobre la excitación de los sentimientos. Aquella nos lleva por el camino del diálogo, el entendimiento y las soluciones. Estos otros pueden conducirnos al enfrentamiento estéril. Entre los argumentos “soberanistas” que se han esgrimido en estos días puedo suscribir uno como cierto, pero se me ocurren al menos una decena razonablemente rechazables.

Es cierto que el agravio nacional se ha abierto paso entre muchos catalanes como clave principal para interpretar sus problemas, porque los nacionalistas lo han fomentado falazmente, y porque la izquierda no lo ha combatido, por comodidad o por complejo.

Es ‘anacrónico’ acudir al viejo concepto del Estado-nación propio como salida para todos los males, porque las respuestas institucionales a los desafíos de la globalización llegarán desde la integración supraestatal.

Es ‘inviable’ planear la constitución de un nuevo Estado socio de la Unión Europea a partir de una secesión unilateral, porque ni la Comisión, ni el Parlamento, ni los Estados miembros lo aceptarían.

Es ‘absurdo’ reclamar “capacidad de decisión plena” y “competencia total” para una administración, porque ninguna institución en el mundo dispone ya de tales poderes.

Es ‘egoísta’ exigir ahora la recaudación propia de todos los impuestos y establecer límites a la solidaridad con los demás, porque durante mucho tiempo los demás han contribuido a generar el desarrollo propio.

Es ‘contradictorio’ desde la izquierda esgrimir las banderas y los himnos nacionales frente a los derechos de las personas, tengan la nacionalidad que tengan.

Es ‘ofensivo’ que se afirme con contundencia la realidad nacional propia mientras se alude al “Estado ibérico”, soslayando el igualmente legítimo sentimiento nacional de los españoles.

Es ‘oportunista’, por parte del nacionalismo, pisar el acelerador de la exigencia soberanista cuando toca dar cuentas por la nefasta gestión de la crisis.

Y es ‘torpe’, por una parte de la izquierda, entrar al juego de los soberanismos mientras los hombres y mujeres que más sufren la crisis asisten al desfile de las banderas sin entender nada.

El discurso de Pere Navarro resulta claro y tranquilizador. Para ayudarle habría que hacer al menos tres cosas. Primero, aclarar que quienes hacen discursos soberanistas e independentistas están fuera del socialismo catalán, de derecho o de hecho. Segundo, desarrollar la alternativa socialista de perfeccionamiento del sistema autonómico por la vía federal. Y tercero, y más importante, centrar la campaña del 25N en los valores de la izquierda y en las propuestas de desarrollo económico y de equidad social que está esperando la mayoría de los trabajadores y de las clases medias en Cataluña.