Esa inmovilidad nos revela que las claves finales de los avatares económicos, no radican tanto en la economía en sí misma y en su supuesta racionalidad, como en los cauces, tangibles o no, por los que la actividad económica transcurre. Esos cauces configuran un marco que es externo a lo económico y que tiene que ver con el Derecho en todas sus ramas, la Sociología, la Antropología cultural, la Etología y la Psicología Social. En otras palabras, antes de empezar a hablar de Economía y de las excelencias que ofrece el sistema de mercado para la democracia, hay que ver cuáles son las características de ese marco donde los agentes económicos actúan, porque en última instancia, las costumbres, las creencias, los grupos de presión y la naturaleza psicosomática de nuestras conciencias, son más determinantes que cualquier sistema de ecuaciones diferenciales, a la hora de establecer y cuantificar causas y efectos.
El Marxismo llamó “superestructura” a ese marco de condicionantes extraeconómicos y lo supeditó a la estructura de relaciones puramente económicas. En cambio, la heterodoxa, interdisciplinar, progresista y habitualmente desconsiderada Escuela Institucionalista norteamericana, adujo (creo que acertadamente) que el sentido de ese predominio era el opuesto. La triste paradoja consiste en que los neoconservadores han diseñado desde los turbulentos años sesenta, una disciplinada estrategia que encaja con las tesis institucionalistas, ya que su objetivo es dominar el entorno que enmarca la actividad económica, a la vez que se propugna un liberalismo salvaje para lo estrictamente económico, a fin de perpetuar los privilegios a cuenta de una dudosa eficiencia. Aparentemente, esa estrategia sólo pretende derrotar a la socialdemocracia, pero en realidad se encamina además, a pervertir la herencia de la Ilustración. De ahí la táctica de sustitución de los fines por los medios, que busca sustituir la libertad por el mercado o lo que es lo mismo, la libertad de pensamiento por la libertad de consumo; y también, justificar que la empresa trafique con valores con ánimo de lucro, cuando es imperativo que aquéllos, para ser auténticos, influyan en la economía desde su exterior. Para mayor cinismo si cabe, los neoconservadores han copiado de los dictadores más siniestros del siglo XX, sus eficaces métodos de propaganda y de acción, como “la mentira repetida acaba siendo verdad” o “para vencer no hay restricciones morales; se hará lo que se tenga que hacer”. Por otra parte, bien apoyada por empresas y personas pudientes, la ideología neoconservadora ha ido tomando posiciones en los medios de comunicación de modo inexorable, a la vez que colonizaba las universidades, de modo que el espacio de opinión independiente, es hoy peligrosamente exiguo. Finalmente y en buena lógica, sus alianzas con las vertientes más reaccionarias de las diversas confesiones religiosas, son en la actualidad más que patentes.
Así las cosas, aunque los aspectos económicos prevalezcan entre nuestras inquietudes, lo que está en juego ahora mismo e importa de verdad no es la Economía, sino la supervivencia de la Libertad y la Democracia.