Después de estos meses de silencio, quería volver a escribir hablando de Ángel Gabilondo. Un hombre elegante, que derrocha esa virtud tan escasa y necesaria en estos días, llamada ética, en porciones similares a conocimiento. Un hombre de mirada humilde y gran tamaño, al que conocí en unas Jornadas sobre Educación donde cautivó al público convirtiendo en poesía las notas de una pequeña libreta, sujeta con una goma elástica, como si no quisiera dejar escapar ni una de sus reflexiones, donde la sabiduría desbordaba hasta alcanzar el máximo interés de un auditorio maravillado por el derroche de inteligencia que presenciaba, y ávido de consumir atento cada una de sus palabras.
Pero ya lo trataré en otro momento, porque tiempo hay y al fin y al cabo vivimos dominados por la actualidad y hoy, la actualidad nos lleva a la resaca del Debate de la Nación. A falta del amplio abanico de encuestas oficiales y oficiosas que den campeón de la cita parlamentaria a tal o cual político(las publicadas hasta el momento dan la victoria al socialista), lo cierto es que el espectáculo que nos ofreció el hemiciclo el pasado martes no tuvo desperdicio, digan lo que digan aquellos que, mostrando ignorancia por la realidad de las urnas de este milagro llamado democracia, jurase y perjurase que la calle no estaba representada por la falta de candidatos de nuevos partidos políticos sin representación parlamentaria por el momento que, a día de hoy, no son más que eso, candidatos. (Aunque algunos, eso sí, con la imaginación suficiente como para usar un debate sobre lo que pasa en España como guión de un mitin de precampaña adelantada, con estructura de monólogo, a toro pasado y sin opción a réplica… que lo de los espectáculos está muy de moda en política).
Sea como fuere, si la Gala de los Óscar de la madrugada del domingo aburrió por sobria y predecible, las palomitas sobrantes bien se podían aprovechar para contemplar un espectáculo con tintes dantescos –y no me refiero a la imagen de doña Celia Villalobos, vicepresidenta primera del Congreso de los Diputados, jugando con el iPad en lugar de estar atenta al discurso de “su” presidente y el de todos los españoles— que rompió el guión de aquellos que daban por muerta a la oposición socialista. Ahí estaba, para sorpresa de algunos, un Pedro Sánchez que, más allá de su espectacular imagen, demostró dominar la oratoria y ser capaz de dejar boquiabiertos a quienes pensaron, erróneamente, que los enemigos ante las urnas llevaban otros colores y otras siglas que no eran las del PSOE. Hasta el propio Rajoy perdió los papeles y mostró su perplejidad a golpe de enfurruñamiento prohibiendo cual cacique en su hacienda, volver al estrado al líder socialista para “hacer ni decir nada”, que lo de decir, vale, pero lo de hacer, suena tan absurdo como el “me enfado y no respiro” de los niños en el parque cuando pierden mientras juegan.
Sea como fuere, Sánchez no necesitó negar lo evidente, lo cual le da la credibilidad y humildad de quien cree que no todo vale en política, y dijo sin reparos que España muestra algunos signos de recuperación, pero puso voz a la pregunta más importante a mi parecer, que queda oculta para algunos detrás de esa sobrevalorada recuperación: “a costa de qué hay algunas cifras que mejoran”. Se acordó de quienes se ven abocados a elegir como opción única de futuro, entre la desigualdad y la pobreza, y sacó pecho defendiendo la honestidad que hasta el día de hoy le acompaña, recordando que la sombra de Bárcenas marca de cerca la de Mariano Rajoy, pese a andar estos días de vacaciones de esquí en Baqueira. Sánchez supo enfadar al Presidente del Gobierno, que a momentos parecía más indignado por darse cuenta que el adversario sigue vivo y con ganas de pelear, que por el propio mensaje de su rival, repleto de argumentos. Minusvalorar al contrario tiene estas cosas, porque por mucho que el líder del PP metiera con calzador nombres como Pablo Iglesias o Susana Díaz en sus réplicas, Pedro Sánchez, sin nervios de debutante ni tiempos para titubeos, tenía claro que el único contrincante del PSOE en el Congreso el martes, era el Partido Popular, y que es la derecha y sus políticas de recortes –por muchos decretos sacados a golpe de precampaña que surjan a última hora para parchear una situación límite para muchas familias— es la fuerza política a desbancar.
No estaba muerto, señor Rajoy; ni tampoco estaba de parranda. Sánchez estaba haciendo los deberes, diseñando un proyecto y preparando un equipo para gobernar, ajeno a críticas y dudas sobre su liderazgo. No infravalore al rival ni cante victoria antes de tiempo, pensando que los nuevos no tienen opciones y los viejos están obsoletos, porque dentro de la legalidad y con ganas de actuar conforme las reglas de la democracia, aun queda gente dispuesta a luchar por una España justa.