El cine español tiene a menudo demasiada palabrería encima que sepulta sus cualidades netamente cinematográficas. No voy a empezar aquí a sacar tópicos, lastres, carencias, que seguro que están en la mente de todos. Aquí vamos a hablar bien de nuestro cine. Porque nos llega una pequeña perla que hace que el cine español mire de tú a tú al mejor cine negro del resto del mundo, especialmente al americano, que muchas veces parece el único que sabe hacerlo bien. No, Enrique Urbizu sabe también lo que se trae entre manos, muy bien.

“No habrá paz para los malvados” (cautivador título literario) nos traslada a un Madrid actual, con sus luces y sombras, donde el policía Santos Trinidad (José Coronado) se topa por casualidad con una red criminal de narcotraficantes por la que irá trepando hasta encontrar algo mucho más oscuro y peligroso. Y mejor dejarlo ahí. No es plan destripar una trama que hay que verla sabiendo lo mínimo imprescindible.

Urbizo nos impactó de lleno hace casi una década con “La caja 507” (2002), un soberbio thriller con la corrupción de la costa de fondo, con un magnífico duelo entre José Coronado y Antonio Resines. Ahora Coronado y Urbizu vuelven a coincidir (lo han hecho más veces) con una historia de malos y malos, donde los buenos tienen poco que hacer o decir, dando palos de ciego en la oscuridad donde las serpientes más repugnantes se retuercen y conspiran.

Coronado no es un protagonista al uso. Compone un memorable antihéroe que es casi tan siniestro como aquellos a los que persigue, pero este ángel caído, en su autodestrucción física y moral, aún guarda un celo de pistolero honesto, un demonio que encuentra monstruos más perversos que él y que sabe qué debe hacer, internándose en territorios donde la luz de la ley no llega, donde es obligado arrebatar a zarpazos la paz a los malvados para velar a los inocentes.

La puesta en escena es sobria. Puede haber espectadores que en el tramo medio de la trama se despisten un poco o la encuentren repetitiva, pues la investigación no avanza en una única línea recta, como en las tramas americanas de A-B-C, sino que da vueltas en espiral, y más aún, en dos tramas paralelas que se siguen como el gato y el ratón. A mí me resulta un acierto por tanto en cuenta las investigaciones reales tienen ese fluctuar laberíntico, donde no es tan fácil saber cuál es la siguiente puerta a cruzar, ni se dispone de la llave adecuada, donde todos mienten mientras sonríen, donde no se puede confiar ni siquiera en otros mandos policiales.

Con aroma de western crepuscular, con retazos de cine de gángsteres, con incluso destellos de Harry el Sucio, Urbizu toma el pulso a nuestras peores pesadillas en el entorno tan real de nuestra ciudad, donde sin saberlo (ni muchas veces querer hacerlo) los malvados trazan sus planes, y no tenemos todas con nosotros para presuponer un final feliz, un final de esperanza en que soñamos con que la justicia siempre llega, y siempre a tiempo. Eso quizás no es posible. Dejemos la esperanza únicamente para el título, y que cada uno componga las conclusiones que considere oportunas al salir de la sala de cine.

Urbizu prepara ya su siguiente largo, “Armas y conversaciones”, de nuevo con Coronado, y podemos esperar con anhelo que le salga otra nueva obra tan redonda, que, a juzgar por el título previsto, seguirá indagando en el mejor cine negro que hemos tenido en años en este país.