Cuando la tensión entre la vida y la muerte comienza a romperse a favor de Tanatos hay que recurrir a Eros, para que la vida fluya en todo su esplendor, según recuerda una cita de André Breton con la que Subiela inicia No mires para abajo. Eliseo Subiela (Buenos Aires, Argentina, 1944), autor de películas tan memorables como El lado oscuro del conrazón, se propone en No mires para abajo contar una historia de amor muy simple, una aventura de iniciación que ayude a “aprender a hacer el amor como dios manda”.
Subiela compone una historia dulce, de buen cine. Un film de autor que huye de los alardes de las grandes producciones para entregarse a una manera de contar donde los efectos especiales de la poesía sirven a la perfección a un autor que no renuncia a lo onírico para dibujar la realidad más cruda, y también, la más bella. El protagonista de la historia, un muchacho de 19 años llamado Eloy (Leandro Stivelman) entra en la vida adulta de repente, y con una muerte, la su padre. Pero tiene la suerte de caer, gracias a un sonambulismo sobrevenido, en la cama de Elvira (Antonella Costa) que le ayudará a transitar entre la vida y la muerte de la mano de Eros, iniciándole en las artes amatorias del sexo tántrico y rescatándole para la vida así, siendo plenamente consciente de la fuerza que le proporciona el dominio de su cuerpo para complacer a quien se ama.
Con imágenes llenas de poesía convertidas en puras metáforas del paseo por el amor se traza la historia, un relato difícil, ya que se trata de hacer creíble la relación de aprendizaje amatorio de dos jóvenes que se entregan de una forma sencilla, sin tapujos ni pudores y con una pureza inocente que coloca a este film, en el que se practica sexo en diversas posturas durante 90 minutos, en las antípodas del porno, como el propio autor reconoce cuando dice que “quería hacer un antiporno” que pueda llegar y “servir” a los jóvenes para aprender a amar bien.
Consigue así Subiena una película especial, donde los espectadores pasean por la cuerda floja de la emoción con dosis de buen humor que caen como gotitas de limón y que hacen guardar el equilibrio a un guión que se desplaza entre lo onírico y lo real sin perder el equilibrio, como Eloy cuando pasea sobre sus zancos, sin mirar para abajo manteniendo el equilibrio ante la vida. Buen cine, una historia que incita a amar la vida.