Esto se escribió en 1865, ¿era posible que Verne fuera consciente de nuestro atraso como país y de nuestro analfabetismo respecto a la importancia de la ciencia? ¿O es que España ha sido siempre un país previsible?
No sólo protestan los médicos, los profesores, los estudiantes, los profesionales de la cultura, sino también los científicos. Aquellos estudiosos que siempre parecen alejados de la órbita real, cuyo conocimiento está fuera de nuestras fronteras del conocimiento, a los que se les ve con un respeto reverencial, pero desconocido.
¿Somos realmente conscientes de lo que supone que los científicos españoles griten que vivimos un panorama desolador o que nos estamos jugando el progreso del país?
El Gobierno juega con la débil memoria de los españoles y también con un ánimo de incapacidad de que “nosotros no estamos preparados para competir científicamente con otras potencias”. Por eso, los recortes se realizan de forma drástica sin que acaben de asumirse con la misma rebeldía que en Educación y en Sanidad, porque seguimos pensando que la Ciencia y la Cultura sólo se la pueden permitir los ricos, y que en épocas de vacas flacas, no podemos “gastar” en ciertos lujos.
A la ciencia le falta financiación adecuada, pero también concienciación social para saber cuánto nos jugamos. ¿Cómo es posible que sea más importante para salir de la crisis un Eurovegas que un proyecto científico? ¿Acaso podríamos entender nuestro hábitat social sin la ciencia y la tecnología? Todavía no hemos asumido que el problema de la Ciencia no es un problema de los científicos sino del conjunto de la sociedad. Cierto es que hasta ahora no ha existido pedagogía y difusión divulgativa de un conocimiento que se aleja de la sabiduría popular, y ése es el principal fallo: una cosa se quiere cuando se conoce.
¿Cuántos españoles saben que un prestigioso científico español, Rafael Yuste, ha sido la apuesta estrella de Obama para investigar el cerebro en un proyecto con un coste de 100 millones de dólares? Unas investigaciones destinadas a resolver 1.000 enfermedades mentales, como el alzheimer o la esquizofrenia.
Pero mientras, nuestro entretenimiento lo ocupan espacios o temas banales y frívolos. Parte importante de la educación de nuestros jóvenes, y de nosotros mismos, consiste en fomentar la curiosidad, pues todavía queda mucho para saber de dónde venimos y a dónde vamos.
De momento, y desgraciadamente, la pregunta filosófica de “a dónde vamos” se resuelve con unos presupuestos tacaños que ha supuesto una caída de la financiación en I+D de un 40% en los últimos años, que hemos reducido drásticamente nuestra participación en los programas de la Agencia Europea del Espacio (una reducción del 75%), que decenas de arqueólogos han visto paralizados sus trabajos internacionales con un coste de escasos miles de euros, o que el Fondo de Investigación Sanitaria acumula ya una caída del 50%.
La fuga de cerebros se ha convertido en una constante en un país cuya fortuna vuelve a reservarla al “sol y playa” y a la venta del inmobiliario excedente.
Lamentablemente, esta crisis económica no sólo está produciendo una desigualdad cada vez más creciente en determinados países, como es el nuestro, donde la injusticia social y la pobreza aumentan de forma preocupante, sino que también está dividiendo al mundo en dos orillas: las potencias que tengan en su mano el conocimiento y, por tanto, el progreso y la riqueza, y los países que rebajen su calidad de vida, sus perspectivas de futuro, su bienestar social, permitiendo que aumente el analfabetismo social del conjunto del país. Ahí nos encontramos nosotros: con una deficiente calidad democrática, con un Estado de Bienestar raquítico, con una apuesta por un empleo barato y alienante, con una fuga de cerebros impresionante, y con unos valores éticos confusos y desordenados.
Pero, no nos equivoquemos, los trenes del progreso no esperan, no se paran en cada estación a ver si recuperamos aliento. Será difícil (por no decir imposible) que lo perdido ahora se pueda recuperar: no habrá segundas oportunidades. Cada vez más, el sector productivo y las actividades empresariales que triunfan han modificado su piel: nuevas formas de distribución y de comunicación, donde el valor de los intangibles aumenta frente a los tangibles. Los intangibles se alimentan de inversiones en tecnologías de la información y el conocimiento, en bases de datos, en inversiones en marca, en patentes, en diseño e ingeniería,… El intangible lo encontramos en las instituciones científicas y educativas. Justo en aquellos lugares en los que el Gobierno (con el ministro Wert al frente de la cruzada provocadora y devastadora) está dispuesto a sacrificar por un “ahorro” económico cuestionable y cuestionado.
Si no reaccionamos a tiempo, podemos despedirnos de formar parte del progreso del siglo XXI, y nos conformaremos con “sobrevivir” (incluso indignamente) a esta oleada salvaje de neoliberalismo económico.
Y, si al gobierno de Rajoy aún le quedan dudas, le recordaré las palabras del Rolf Heuer, director general del CERN: “Para aquellos líderes políticos vacilantes ante la ciencia, no hay mejor contestación que la que ofreció en el siglo XIX, el científico Michael Faraday a William Gladstone, ministro de Hacienda británico, cuando le interrogó sobre la utilidad práctica de la electricidad: “Sir, estoy seguro de que pronto podrá usted gravarla con impuestos”.