Somos afortunados. Vivimos tiempos políticos intensos e interesantes. Ya no hay certidumbres, todo cambia, pasamos de la gloria al fracaso en el mínimo tiempo. Cada día es nuevo, y lo inesperado acontece en política con relativa frecuencia. En esta situación se necesitan nuevas herramientas, nuevas personas, quizá nuevos liderazgos. ¿Qué queda de aquél tiempo con líderes que tenían un proyecto político para España? ¿Un tiempo en el que se defendían ideas de envergadura nacional? En el que primaban los intereses generales: política de Estado, en el que la ciudadanía se reconocía en sus políticos, en el que se creaban instituciones que procuraban el bienestar colectivo. Tiempos heroicos aquellos, de lo que parece que queda poco en la actualidad.
Hoy, los políticos se construyen en los medios de comunicación en unas semanas, los proyectos políticos se van cambiando en función de la audiencia y de la votación telemática. Las ideas no son, realmente, ideas, son eslóganes de campaña, porque los políticos están siempre en campaña. La clase política hace como si fueran íntegros, como si tuvieran ideas, como si se ocuparan del interés general, como si oyeran a la gente; pero, realmente, solo escuchan a “expertos en comunicación política”, asesores de imagen, técnicos en encuestas, escritores de discursos, ¿a quién creen que engañan?
Ya no tienen credibilidad. Incluso los críticos la pierden rápidamente, pues cuando se pone la atención en ellos, se comprueba que, más o menos, hacen lo mismo. Hay mucha diferencia entre lo que se dice y lo que se hace. Por eso, es necesario que se actúe de otra forma, que se haga lo que se dice, y también, si es posible, que se piense lo que se dice. No podemos seguir así, con el cinismo instalado en la política, confundiendo el bien general con los intereses de partido, sin proyecto de país, sin modelo de sociedad: qué bueno sería poder debatir sobre el modelo de sociedad que queremos con rigor y altura de miras, con ideas. ¿Por qué será que los adversarios políticos nunca tienen razón? ¿Por qué será que los nuestros siempre están en lo cierto? Es extraño, pero, ¿alguna vez nos equivocamos? Con la cantidad de cosas que se hacen, digo yo que alguna vez nos confundiremos. Pero eso es raro admitirlo; y después nos extrañamos de la opinión que la ciudadanía tiene de los políticos, la mala opinión, claro. Cuando, realmente, los políticos son los responsables del desprestigio de la política.
Por eso, se necesita una nueva política, y también, claro, nuevos políticos. Una política que ponga el interés general por encima del interés de partido. Una política que defienda un proyecto de país, o de nación, o de sociedad: un proyecto sobre el cual se pueda debatir, incluso discrepar, que entre todos se pueda mejorar. No es el proyecto de los técnicos, ni siquiera de los expertos, debe ser el proyecto con el que nos identifiquemos todos, que nos sintamos incluidos. No es el mejor proyecto posible, es el proyecto que podemos compartir.
Se necesita, claro está, una sociedad informada, que no se la trate con condescendencia, que se la pueda decir la verdad: no se puede dar todo, miente quien lo promete, engaña quien lo propone. A veces, la voluntad no es suficiente, es necesario poder hacerlo, y no siempre se puede. Eso es lo que ocurre con las promesas electorales, que el papel lo aguanta todo, pero después hay que cumplir, aunque quizá muchos políticos, muchos partidos, no tienen ninguna intención de hacerlo.
Se necesita una nueva política.
¿Es tan difícil tener un programa político compartido con la ciudadanía? O una parte de la ciudadanía, claro, porque nadie puede pretender representar a todos los ciudadanos. La sociedad es muy plural, las encuestas electorales así lo demuestren. A pesar de ello, o quizá por ello, habría que escuchar a la sociedad, y digo escuchar, y no manipular. Parece que algunos no tienen muy clara la diferencia. Es necesario que la participación política se ejerza como un derecho ciudadano, que se recupere la complicidad entre los políticos y la gente de la calle, que la sociedad se identifique con los líderes políticos.
Otra cuestión básica, ¿es tan difícil que las personas que se dedican a la política sean honradas? Seguramente, la mayoría lo son, pero hay tantos que no lo son que descalifican a todos. Lo cual es bastante injusto, pero es que estamos en una situación límite. Menos mal que parece que ahora empiezan a pasar factura los casos de corrupción. Por fin, hay una mayor sensibilidad hacia las tramas corruptas en política, pero no se olvide que hay corruptos porque existen corruptores, y ahí, los empresarios podrían decir algo. También ellos tienen una responsabilidad social, buscando privilegios a la sombra del poder. Hay límites para la obtención del beneficio económico, como son, o deben ser, la dignidad humana y el bienestar de la sociedad. Después de la Segunda Guerra Mundial, en Europa, hubo un gran pacto entre el capital y el trabajo: se aceptaba el funcionamiento del libre mercado, mientras se garantizaba el bienestar de las personas. Sin embargo, ahora, una parte del mercado se caracteriza por la especulación económica, el beneficio exagerado, la explotación del trabajo, el aumento de la desigualdad y la exclusión social. Eso deslegitima el funcionamiento del mercado. Se dirá que no todo el mercado funciona de la misma forma, pero ocurre como en la política: las malas prácticas contaminan todo.
A mi entender, un rasgo de la nueva política es el diálogo, el debate, incluso la discrepancia. Que haya una reflexión sobre los programas, y que estemos dispuestos a que nos convenzan con las opiniones de otros. Por eso, no hablo de consenso. Se consensua con los que piensan como nosotros, pero hay otros muchos pensamientos, otros tan legítimos como los nuestros, y aunque parezca extraño, no tienen por qué ser peores ideas que los nuestras; a veces, incluso, son mejores ¿podríamos aceptar las ideas de otros, aunque no fuera de los nuestros? No debería ser difícil. ¿Reconocemos la pluralidad de la sociedad? ¿La diversidad de intereses? ¿La bondad de la democracia? Es mejor un proyecto compartido, que el mejor de los proyectos impuestos.
Por eso empezaba diciendo que vivimos un tiempo interesante, apasionante, porque es el momento de una nueva política. La gente quiere hacer política. La ejercen de otra forma, y los partidos que no lo entiendan están abocados a la desaparición o a la marginalidad.
Cicerón decía que la buena democracia necesitaba de tres condiciones: un pueblo culto, leyes justas y políticos honrados. Habría que añadir, para los nuevos tiempos, la participación activa de la ciudadanía. Paradójicamente, esa es la nueva política.