Mi carácter optimista me invita a pensar que todas las respuestas a dichas preguntas tendrán una respuesta afirmativa, pero la coherencia entre mis ideas y mi forma de actuar en el día a día me lleva a la realidad cruel de creer que si bien los partidos políticos progresistas han adoptado las grandes líneas maestras de los discursos regeneracionistas necesarios en el siglo XXI (permeabilidad a la sociedad civil, trabajo en unión con dichos interlocutores sociales, utilización de las redes sociales de comunicación como una forma de llegar a la ciudadanía de manera directa como un nuevo canal abierto al cambio o la necesaria puesta en valor de métodos de participación activa de la militancia que integra a dichos partidos políticos como la mejor baza de productividad positiva para el cambio y transformación de la sociedad frente a los retos o desafíos de este nuevo tiempo), siguen sin interiorizar los cambios estructurales internos que posibilitarían plasmar en la realidad física y palpable esas líneas maestras.
Y no sólo los cambios deben ser de índole estructural para que esos mensajes de modernidad lanzados desde el seno de los partidos políticos progresistas calen en la sociedad civil, sino que los mismos deben ir unidos a una valentía en los pasos a dar desde los nuevos liderazgos políticos, liderazgos que deberán ser asumidos en este nuevo tiempo por aquéllos que reúnan no sólo la capacidad cuantitativa y cualitativa, sino también la coherencia en su trayectoria política y social.
De lo contrario, de no seguir esta hoja de ruta, nos podríamos encontrar con una desafección cada vez más preocupante de la política por parte de la ciudadanía y por ende, el alejamiento constante de ésta de la participación en las estructuras de los partidos políticos progresistas, algo que unido a la crisis de liderazgos de toda índole, la pérdida de valores y la crisis del sistema económico capitalista puede hacer aflorar los peligrosos populismos de ultraizquierda y ultraderecha que como extremos del péndulo se tocan en la coincidencia de no creer en la validez y necesidad de los partidos políticos como elementos pilares de cualquier democracia.