Porque el monstruo ha tenido muchas caras y muchos nombres, pero una sola naturaleza. Las “hipotecas sub-prime”, los “bonos-basura”, las “pirámides de rendimiento”, las “operaciones al descubierto”, las “apuestas a perdedor”, los “bonus” millonarios y otros productos parecidos provocaron el estallido de la primera burbuja especulativa hace algo más de dos años. Sus consecuencias sobre la economía productiva, el paro y la pérdida de bienestar de los ciudadanos fue, y está siendo aún, más que brutal. Pero en lugar de afrontar las reformas necesarias para impedir nuevas crisis financieras, los gobiernos, los G-X y las instancias internacionales acudieron al rescate del monstruo con el dinero de los impuestos de los ciudadanos. “La alternativa sería aún peor”, nos aseguraban.
El rescate ocasionó lógicos desequilibrios en las cuentas públicas de muchos países. Y paradójicamente tales desequilibrios se han convertido en coartada para una nueva ofensiva del monstruo. La segunda oleada de la especulación financiera está poniendo en jaque las economías de importantes países europeos, socava los cimientos de la moneda común, e imposibilita la recuperación de la actividad imprescindible para crear empleos y paliar el deterioro social sufrido en amplias capas de la población. Existe además conciencia plena de que tras cada uno de los ataques a Grecia, a Irlanda, a Portugal o a quien le toque a continuación, hay siempre un interés espúreo. Es decir, hay quienes están acumulando ganancias multimillonarias a costa de los sacrificios en forma de ajustes que el monstruo exige cada día a gobiernos y poblaciones. ¿Y hasta cuándo vamos a tolerar este castigo injusto?
Las soluciones paliativas que se han ido prescribiendo hasta ahora no han hecho sino engordar al monstruo. De ordinario, cada receta del FMI, de la OCDE, del G-20, de los Bancos Centrales o de los grandes gobiernos, apuntan siempre a satisfacer el ansia glotona de los mercados financieros: a más presión especulativa, más sacrificio, más ajuste, menos gasto, más recortes sociales… Y de extraordinario, el club del euro ha tejido una gran red para el rescate de las economías amenazadas que tan solo está sirviendo para asegurar un beneficio de escándalo a quienes apostaron contra la solvencia de griegos o irlandeses. ¿Nadie se da cuenta de que esto no funciona? ¿De que el monstruo se vuelve cada día más insaciable, más arbitrario y más fuerte?
Quizás parezca exagerado, pero somos muchos los convencidos de que los responsables de algunos movimientos especulativos en las finanzas internacionales están ocasionando más daño objetivo y más inseguridad que determinadas redes terroristas transnacionales. Sin menospreciar en absoluto la aberración de la violencia terrorista, deben constatarse los enormes perjuicios provocados por las tramas de la especulación financiera sobre cientos de millones de seres humanos en forma de desempleo, de pobreza, de exclusión social, de deterioro de servicio básicos, de quiebra de empresas… Y si a nadie se le ocurre confraternizar con aquella serpiente, tampoco parece razonable continuar alimentando a este monstruo.
¿Qué hacer? Desde luego, algo diferente de lo que hemos hecho hasta ahora, porque es evidente que no funciona. Al menos hay dos decisiones por adoptar. Primero, instaurar un poder político de dimensión equiparable al poder que ejercen cada día de facto los agentes del mercado financiero internacional. Si los mercados de finanzas son globales, el poder que los enfrente en defensa del interés general también ha de ser global. Esto supondrá para algunos la decisión dolorosa de prescindir de parte de la soberanía nacional a fin de que, junto a la unión monetaria, algún día podamos contar con una auténtica unión económica, fiscal, presupuestaria… y política. Y segundo: ese mismo día podremos regular eficientemente las condiciones, los procedimientos, los límites y los impuestos a aplicar sobre la economía financiera.
Para que las finanzas vuelvan a ser aquello para lo que fueron inventadas. Para facilitar las relaciones económicas y para favorecer el bienestar de la gente. Sin monstruos.