Esta vez el pueblo americano ha elegido bien, hecho éste que no siempre sucede en democracia, pues este sistema, que posee grandes ventajas en todo lo que concierne a la garantía que ofrece de la defensa de las libertades públicas y personales, aunque en ocasiones éstas sufren recortes, resulta muy imperfecto y limitado a la hora de elegir a los representantes y a los políticos que nos gobiernan. No resulta sencillo explicar cómo en un sistema democrático se puede elegir a Bush, y en España tenemos ejemplos tan cercanos que no es necesario hacer referencias personales.
Soy consciente de que Obama no es un radical y ni siquiera llega a tener un programa socialdemócrata, y por si fuera poco sus actuaciones se encontrarán limitadas por los grandes poderes militares y económicos. Pero, no obstante, su elección me resulta muy satisfactoria, al tiempo que muy significativa de lo que se está demandando por tantos ciudadanos del mundo: acabar con el orden internacional impuesto por Bush e iniciar un cambio de rumbo que ponga remedio a tanto desaguisado.
Una de las tareas principales será abordar la crisis económica, el orden económico mundial y la economía de Estados Unidos. Para ésta última conviene seguir en parte las líneas esbozadas por Krugman en el libro Después de Bush, que deben servir para sentar las bases que permitan avanzar en el camino de lograr una economía más igualitaria en rentas, riqueza, oportunidades y derechos. Se requiere para ello una política económica más intervencionista y regulada que dé por finalizada la era del fundamentalismo de mercado. Una vuelta, en concreto, hacia algunos de los postulados de Keynes y de Kalecky.
La tarea de abordar la reordenación económica mundial es más compleja, pero absolutamente necesaria para atenuar las inestabilidades financieras y las oscilaciones de los precios del petróleo, los alimentos y las materias primas. Una nueva arquitectura financiera es fundamental para crear los mecanismos necesarios que regulen el sistema monetario internacional, que faciliten los pagos y proporcionen liquidez al sistema. Acabar con los paraísos fiscales y poner coto a la globalización financiera que tantos costes sociales está causando debe ser prioritario. Pero hay que sentar sobre todo las bases de un orden internacional más igualitario, sostenible y solidario. Hay muchas propuestas en este sentido, pero acorde con la ideología de Obama pueden servir las recomendaciones que hace Stiglitz en su libro Making Globalization Work (hay traducción al castellano, Ed. Taurus).
Por último, la crisis económica que iniciada en Estados Unidos se expande por todo el mundo. La resolución de la crisis se encuentra muy vinculada a lo anterior. Pero si de todo lo que está sucediendo algo queda claro es que las tendencias últimas de la economía mundial de fomentar tanto el mercado y permitir un proceso de globalización neoliberal, han generado una situación de elevado riesgo que ha explotado desencadenando una grave crisis cuyas consecuencias están pagando ya los más desfavorecidos del planeta, y terminarán afectando a clases sociales intermedias. Hace falta actuar en las direcciones mencionadas, propuestas por Krugman y Stiglitz, avanzadas en relación con lo que existe, moderadas para pensadores más radicales y determinados movimientos sociales, pero que de llevarse a cabo suponen un cambio sobre lo que hemos vivido en los últimos años. No lo tiene fácil Obama para reconstruir todo lo que su antecesor ha roto, pero es la ocasión de demostrar que se trata de un gran líder capaz de reordenar la economía bajo los supuestos de una economía social de mercado -no se puede aspirar a ir más lejos de momento-, en la que lo público debe desempeñar un papel importante.