En realidad, no puede negarse cierta lógica a las dos principales objeciones críticas de los evaluadores olímpicos. En lo que a dopaje se refiere, no puede entenderse que, si existen ciertos criterios internacionales consensuados, la legislación española no se atenga a las pautas establecidas. Obviamente, las promesas de que “eso no va a ser problema” y que “ya se solucionará” no son suficientes para gentes serias y organizaciones rigurosas. ¿Por qué esa persistencia en mantener “singularidades” españolas? El famoso “ancho de vía español” en su día se justificó por razones estratégico-militares. “Para evitar la posible utilización de los ferrocarriles en una eventual invasión de España” –se decía. En casos más recientes, las razones pueden ser más pintorescas e incluso ignotas. ¿Por qué –por ejemplo– se quiere adoptar la estructura española de 4+1 en los planes de estudio universitarios, cuando el patrón común recomendado en Bolonia es 3+2?

En un mundo cada vez más interdependiente, un país que quiere estar y contar en el mundo y que aspira a organizar eventos internacionales importantes tiene que atenerse a los criterios internacionales de manera más rigurosa e indubitada.

Por otra parte, las “complejidades” de la estructura político-administrativa de España no debe sorprendernos que extrañen a cualquier evaluador-observador externo, ya que nos estamos deslizando hacia una situación que entraña serios riesgos de disfuncionalidad y que, en ocasiones, es un verdadero disparate desde el punto de vista de las necesidades de un mundo interdependiente y universal en el reconocimiento y facilitación de derechos, procedimientos y oportunidades. ¿La actual estructura polidimensional de España puede suscitar dudas de funcionalidad en un observador externo? Pues, naturalmente que sí, como las causa en muchos de los observadores internos que padecen sus efectos. De hecho, algunas de nuestras peculiares “complejidades” ya nos están causando costes y daños objetivos tanto a nivel interno como externo, y la propia objeción de los evaluadores olímpicos es una prueba de ello.

Frente a esta objeción, algunos han argüido que en las Olimpiadas de Barcelona tal problema no existió y que, por lo tanto, ahora tampoco habrá disfuncionalidades. Desde luego, es comprensible que el afán pro-olímpico lleve las argumentaciones hasta el límite, ¡y ojalá que todo se resuelva bien a favor de la candidatura de Madrid, que seguro que hará las cosas de manera excelente! Pero la realidad es que desde las Olimpiadas de Barcelona se ha avanzado bastante por la senda de las complejidades disfuncionales. Si los que razonan de esa manera creen de verdad el fondo de su argumentación es que no se están enterando de lo que está pasando y de los problemas que padecen muchos ciudadanos de a pie a causa de una dinámica que objetivamente se está convirtiendo en un problema serio. Administraciones que se solapan, se duplican y se complican, trámites que se añaden y se dilatan, disfunciones burocráticas que se embrollan, nuevos papeleos, conflictos de competencias…, y en el fondo empresarios, funcionarios, profesores y usuarios que a veces padecen situaciones disparatadas… Por eso, los que argumentan de tal manera no están en la realidad concreta, ni han tenido que recurrir, por ejemplo, a los servicios sanitarios fuera de su Comunidad de residencia, en donde antes de ser atendidos tienen que solicitar una tarjeta sanitaria adicional específica, tienen que tener suerte de que el trámite sea bien realizado y, en su caso, incluso tienen que soportar el trato de un personal que se niega a darles las explicaciones terapéuticas en la lengua común del Estado. Lo cual en cuestiones médicas tan sensibles es algo inhumano… Pero todo eso está pasando y cuando se desconocen o se niegan los mismos hechos, o cuando se subliman bajo el paraguas de reivindicaciones más extremas, los problemas lejos de encararse y remediarse tienden a enconarse y enquistarse, en mor de unos presupuestos ideológicos y culturales que cada vez se apartan más del sentir común de la gran mayoría de los españoles. Pero, posiblemente, lo peor de todo es que la mayor parte de los líderes y de los partidos políticos españoles no se están planteando en serio la situación, no sé si por comodidad o por falta de suficiente lucidez. De ahí la sorpresa que producen observaciones de extrañeza tan ingenuas y elementales como las de los evaluadores olímpicos.

Por cierto, la reacción de Doña Esperanza ante alguna de las objeciones olímpicas constituye una demostración añadida de la fundamentación del diagnóstico. Para algunos, aquí lo importante no parece sino aprovechar cualquier ocasión para meter el dedo en el ojo del adversario, aunque éste sea el “queridísimo” compañero de Partido, el Alcalde Ruiz Gallardón.

¿Tienen arreglo todos estos problemas? Por supuesto. Pero hay que empezar por no negarlos.