Teniendo presentes anteriores experiencias resultaba previsible que los responsables de la involución económica, política, social y democrática que ha acompañado el tratamiento de la crisis atacaran a los sindicatos, pues al fin y a la postre, estos representan el principal obstáculo para la aplicación de las medidas que nos han llevado a esta involución. Por eso, sin minimizar el hecho de que una campaña tan prolongada como la que en esta ocasión han desatado la derecha y los voceros de los intereses del capital ha calado en la opinión pública, convendría no magnificarla y mucho menos tratar de desviarla aminorando el rechazo frontal al tratamiento de la crisis. Este rechazo debe seguir siendo una de las tareas ineludibles en las circunstancias actuales.

Ahora bien, entre los primeros problemas para revertir los efectos de las políticas en curso está la necesidad de un cambio en la relación de fuerzas, más favorable a los sindicatos. Y para que cambie esa relación de fuerzas se requiere un amplio apoyo popular, diversas alianzas, mayor capacidad de movilización, mayores efectivos humanos y materiales, y suficiente credibilidad en los planteamientos. Todos estos factores están lastrados por el deterioro de su imagen, que tiene en los errores propios y en las conductas impresentables su verdadero Talón de Aquiles. No les puede producir alivio alguno saber que la repulsa popular por conductas cuantitativas y cualitativamente aun más graves afecta también a los partidos y buena parte de nuestras instituciones.

Frente a semejante panorama se me ocurre que otra de las tareas que deberían abordar los sindicatos para recuperar prestigio sería la de reflexionar a fondo y actuar en consecuencia ante el deterioro de valores cívicos, éticos y morales que sufre nuestra sociedad. La indignación que ha provocado entre los ciudadanos el caso de las tarjetas de Bankia ha diluido el alcance y significado de que, aun sin ser una muestra representativa, la heterogeneidad ideológica, política y social de los ochenta y ocho detentadores de tal tarjeta no les diferencia demasiado, en conjunto, de la mayoría de los ciudadanos. Y sólo cuatro no cayeron en la tentación de usarla. Limpiar la imagen de los sindicatos mediante una radicalidad absoluta en el rechazo de toda conducta individual o colectiva que se aparte de un código ético ejemplarizante constituye un objetivo prioritario. Transparencia en todo tipo de ingresos y gastos; seguimiento del adecuado ejercicio de la representación del sindicato a cualquier nivel; fomento y estímulo del comportamiento que se espera de cualquier defensor de los trabajadores; compromiso militante….En fin, una aplicación rigurosa de ese código ético constituye uno de los objetivos más importantes para recuperar credibilidad.

Otra gran reflexión es la que se deriva del hecho de que las campañas de sus adversarios contra los sindicatos, esto es, las anteriores a la aparición de las reprobables conductas de algunos de sus miembros, ya habían calado en una parte apreciable de los trabajadores. Lo ocurrido después no ha hecho más que extender y agravar la situación. A poco que se piense en ello se extrae la conclusión de que la relación de los sindicatos con los centros de trabajo ha sido muy deficiente, lo que ha facilitado que arraigaran las falsedades y medias verdades difundidas a través de diversos medios de comunicación y los tertulianos de algunos de ellos. Me consta que hace años se tiene conciencia del problema, pero sigue siendo una asignatura pendiente. No se puede continuar así. Si incluso muchos trabajadores los ven como algo necesario pero ajeno a ellos será muy difícil recuperar prestigio y solvencia.

Otra cuestión de ineludible tratamiento es el ordenamiento de las prioridades de la acción sindical. A lo largo de los años los sindicatos han ido ampliando el abanico de frentes sobre los que actuar, algunos esenciales como, por ejemplo, la negociación colectiva; pero otros, aunque convenientes, podrían considerarse no imprescindibles. Acertar a establecer en qué orden y con que efectivos se trabaja sobre cada uno de esos frentes se convierte en algo vital, sobre todo cuando, como ocurre en la actualidad, los recursos humanos y materiales han disminuido.

Ni que decir tiene que hay otras muchas tareas que exigen actualizar el pensamiento, la organización y la acción de los sindicatos. Valga lo dicho como un apunte para mejorar la actuación de unas organizaciones sin las cuales, además de la carencia del instrumento más idóneo para la defensa de los intereses de los trabajadores, difícilmente podría decirse que teníamos democracia.