O como preguntó Amartya Sen, en sus reflexiones sobre el sentido ético de la Economía: “¿Cómo surgió en Economía esta idea de la inutilidad de la ética?”. El profesor Sen recuerda que todos los estudiosos de la Economía, desde los griegos pasando por los eruditos medievales hasta los economistas de la edad moderna, tuvieron una gran consideración por el análisis ético. Pero, poco a poco, la Economía ha ido alejándose de los criterios éticos y adquiriendo una independencia que la ha aislado de decisiones políticas y/o morales.

La Economía simula ser una ciencia empírica, sin ninguna relación con las ciencias humanistas o sociales. Es más, ha adquirido un carácter dogmático imprimiendo cuestiones de fe a sus formulados. A ver quién se atreve actualmente a rebatir los postulados económicos o las recetas para salir de la crisis. Se ha establecido una división entre quienes, ingenuamente, debaten acerca del carácter ético y/o justo de determinadas decisiones y quienes, condescendientemente, actúan con plena sabiduría económica. Resulta curiosa esta percepción de “infalibilidad” de la economía, más cuando no se pudieron prevenir las consecuencias desastrosas de la actual crisis financiera y económica que se cernía sobre Europa. Pero, ¿de verdad no se sabía el resultado nefasto que podrían acarrear las decisiones económicas que se estaban tomando?

Podemos realizar innumerables citas de libros, informes, documentos o reflexiones advirtiendo de la grave situación que la nueva estructura de la globalización económica sin reglas ni controles políticos estaba generando. Las advertencias estaban encima de la mesa, pero la ceguera también. Se puede haber sido necio por ignorancia, egoísmo o comodidad, pero, independientemente del motivo, el resultado conlleva una responsabilidad tremenda.

Durante las últimas décadas se han estructurado ciertos dogmas del liberalismo económico que se han aceptado unánimemente, tanto por la derecha como por la izquierda política, sin cuestionar su fiabilidad. Por ejemplo, que la economía es una ciencia empírica incuestionable. Segundo dogma que se nos ha hecho creer: que la política no tiene competencias sobre la economía, así se ha ido “jibarizando” el papel de la política, creando un dios económico sin límites. El tercer dogma está basado en las decisiones morales que los agentes económicos toman al respecto, o más bien, en la amoralidad de las decisiones. Se ha establecido el criterio que toda acción económica está al mismo nivel, da igual que sea especulativa que productiva, sin medir las consecuencias de sus acciones y que el objetivo también es el mismo, enriquecerse. Cualquier consecuencia, como despidos o fragilidad laboral, está asumida con normalidad, porque pertenece a la razón económica de maximizar el interés privado por encima de cualquier otra decisión, llegando así a confundirse el papel de la productividad con la propia especulación. Todo es maximización del interés privado sin ninguna otra lógica y la sociedad civil ha acabado, de forma resignada, encogiéndose los hombros, aceptando que la situación es así sin posibilidad de modificarse. Como un dogma.

No es cierto. Las decisiones económicas, como toda actuación humana, no están exentas de valor; su moralidad reside tanto en el fondo de la toma de decisión como en las consecuencias. Cualquier conducta o cualquier acción que pueda plantearse un individuo, ya sea agente económico o político, en aras de una maximización de los beneficios individuales o colectivos, será una opción moral. Pero, ¿dónde se perdió la conexión entre ética y economía, como decía Sen?

Para que la globalización económica funcionara de la manera que lo ha hecho había que crear las condiciones adecuadas no sólo económicas, sino que era necesario restar poder a la política, quien ciegamente por comodidad dejó caer los brazos, llegando a un suicidio de sus instrumentos de representación, y crear el imaginario colectivo que lo aceptara, asumiendo la inevitabilidad de esta situación para revestir las decisiones individuales vorazmente egoístas e injustas, porque no todas las compulsiones del capitalismo se pueden analizar bajo “preferencias y motivaciones” de los individuos, por ejemplo, el impulso a acumular capital no puede reducirse a propiedades individuales independientes de las estructuras sociales, sino que hubo que crear las estructuras sociales que permitieran tal locura.

Y ahora estamos viviendo en la locura, en la más loca y absurda de las locuras: para que la Economía vaya bien, las personas deben pasar penurias y sufrimiento, empobrecerse.

Así, recibimos una nueva estocada: despidos a miles en la Banca nacionalizada, la que todos hemos pagado con nuestro dinero, la que ahora nos asfixia en una crisis brutal, y a la que deberemos pagar su rescate con los intereses adecuados, después de que nos hayan apretado un poco más la soga al cuello.

¿No hay nadie que pueda frenar esta barbarie?

Si otra Economía no es posible, entonces su aplicación ni merece la pena ni es justa. ¡Cámbienla!