De antemano preciso que no rechazo ni la gravedad ni el alcance de la derrota electoral socialista. Previsible desde que estalló la crisis y cuando se alcanzan cinco millones de parados. El primer punto sobre el que quiero volver a insistir es la incomprensible reforma electoral que hemos sufrido los de fuera. Cuando desde años se repiten leyes otorgando cada día más posibilidades de recuperación de la nacionalidad, de golpe y porrazo se ha dado un parón, voluntario y sin explicación, en los derechos de nuestros nacionales fuera de sus fronteras. A pesar de que estos hayan demostrado repetidamente, desde hace décadas, ser perfectos embajadores oficiosos de nuestro país en circunstancias muchas veces pésimas. Ese porcentaje de votos, mínimo, regresivo, no es una sorpresa. Las asociaciones en el extranjero lo habían anunciado. ¿Cuál sería la abstención si se obligase a nuestros ciudadanos escribir a su Junta Electoral para solicitar el derecho, constitucional por otra parte, de votar?. Muchos de nosotros estaríamos satisfechos si en los próximos programas electorales los dos responsables de esta situación, el PP y el PSOE, rectificasen. Por ejemplo, el PSOE ya tiene en su poder plasmar en su próximo Congreso una reforma electoral, que no solo ampare los derechos de los residentes ausentes, sino que también entiendan las voces de las plazas de Sol o de Cataluña.

El segundo punto es ir en contra, repito sin desestimar las razones nacionales de la derrota socialista, de los análisis que se han multiplicado. Desde la atalaya exterior quienes vivimos fuera tenemos un observatorio más general de los acontecimientos políticos. El voto de las elecciones locales en España ha sido un voto nacional. Me parece indiscutible. Como lo ha sido en todos los países de Europa donde se han celebrado idénticas consultas, locales o nacionales. La crisis pasa factura a quienes tienen que enfrentarla desde el poder. Sea cual sea el signo político del gobierno, todos, repito todos, han sido castigados por el electorado. Recordemos la derrota de Gordon Brown y de los laboristas en Inglaterra, la paliza recibida por el Presidente Sarkozy en Francia, que no alcanzó el 18% de votos en las cantonales, las dificultades regionales de Angela Merkel, a pesar de la boyante situación económica de Alemania, los desastres de Milán y de Nápoles para Berlusconi. De la crisis financiera se pasó a la económica y hoy estamos en la política.

En todas las elecciones europeas se ha manifestado la pujanza del extremismo de derechas: en Francia, en Holanda, en Suecia, en Finlandia, en Suiza… En España también, claro que se ha manifestado, pero como siempre, encubierto en las filas del PP. No es extraño que sus líderes más reaccionarios: Aguirre y Cospedal, hayan conseguido las más significativas victorias. Esa huída a la extrema derecha -lo que yo considero “el voto cobarde”- es una consecuencia histórica de las grandes crisis económico-sociales. Era previsible en nuestro país y se realizó. La fusión de la derecha y la extrema derecha es peculiar en España, hábilmente liderada por el hombre de los silencios y de lo callado, Mariano Rajoy. Lo que explica, junto a la ley electoral, el importante éxito del PP.

Los recortes sociales generalizados, los ajustes económicos impuestos por la dictadura de los mercados y la globalización financiera y económica han provocado considerables protestas en las clases más desfavorecidas, entre los funcionarios, las clases medias de la sociedad europea… Lógicamente tal descontento debería, sociológicamente, favorecer a opciones de izquierda, muy particularmente a las formaciones que se han plantado ante los ajustes y recortes y que más protagonizan la lucha contra el mundo bancario y financiero. Se ha producido lo contrario. Quien analice los resultados haciendo solo sumas y comparaciones verá que España ha votado a la derecha y no a la izquierda. Aún sumando los votos nulos, los votos en blanco y los votos de IU , de Esquerra y de Bildu, la izquierda no consigue alcanzar el 40%. En Francia, el PS, vencedor de los comicios, no ganó votos en comparación a las anteriores elecciones. La revelación del proyecto regresivo de la derecha inglesa, apoyado de paso por Rajoy y por CIU, no ha despertado la menor duda en el electorado español.

Todo esto explica que los votantes de fuera, que viven a la vez los sucesos de España y los de su país de residencia, tengan una visión más global de las realidades nacionales y de las imperiosas condiciones internacionales. Pueden entender mejor la política llevada por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Pueden apreciar mejor lo que ocurre cuando la derecha alcanza el poder. En Francia el Gobierno ya ha suprimido cerca de 70.000 puestos en la Enseñanza. De manera encubierta, por la subida de las cotizaciones de retiro, ha rebajado el 5% el sueldo de los funcionarios. Lleva años sin actualizar las pensiones en relación con la inflación. Ha pasado de una Seguridad Social universal a un sistema que obliga a muchos ciudadanos a pagar los gastos sanitarios a plazos, e impide a las mitad de sus dos millones de estudiantes que sea atendida correctamente su salud…

Es hora de asumir plenamente nuestro destino europeo y de salir de nuestro horizonte nacional. Los problemas que nos azotan están allí y no aquí, a pesar de nuestra burbuja inmobiliaria, buen síntoma de nuestro retraso político y económico. Nuestro pueblo reacciona y vota como los otros pueblos europeos. No seamos cortos de vista. Debemos afirmar siempre que su voluntad es soberana, aun cuando estimemos que se equivoca. Podemos cometer errores y de seguro los hemos cometido. Pero el más importante sería no decir la verdad. Ésta puede ser de difícil aceptación, pero debe ser dicha y explicada. Nuestra sociedad consumista, y cuyo único proyecto está basado en el crecimiento continuo está conociendo sus limites. Seguro que hay otras posibilidades. Desgraciadamente no vivimos en un oasis donde podamos experimentar a solas. Si queremos avanzar hay que aceptar sacrificios y sobre todo aunar voluntades fuera de las fronteras tradicionales. También hay que cambiar el enfoque de nuestra sociedad, un tanto gerontocrática, hacia los intereses del porvenir, es decir, de la juventud. Es lo que creo que los voluntariosos votantes del exterior han querido manifestar.