Pensábamos que todo aquello había pasado a mejor vida, pero hemos descubierto que nuestra cultura político-empresarial sigue siendo tan cutre e inmoral como la de entonces. Cuando veo a algunos de los protagonistas como Rodrigo Rato, Blesa o ahora Francisco Granados, por poner algunos ejemplos, no se diferencian de los protagonistas de las películas de Berlanga. Quizás, aquellos protagonistas eran más simpáticos, con algunas dosis de picardía y hasta un toque de humanidad con el que el cineasta los retrataba entre sátiras y críticas.

En esta época también tenemos nuestras novelas y películas como Crematorio o En la orilla, magistrales retratos de nuestra corrupta España, realizados por el novelista Rafael Chirbes, premio nacional de la crítica en 2007 y 2014.

Ya sé que aparecen imputados de diversos partidos o sindicatos, pero la realidad es que esa posible trama perfectamente organizada en Ayuntamientos, Diputaciones y Comunidades Autónomas de toda España, que magistralmente está descubriendo la policía, se ha realizado por la dirección del PP.

Una dirección que ya no sabe cómo reaccionar ante tanta indignación y estupor. Porque les han pillado con las manos en la masa, porque el caso Gürtel y los trajes de Camps eran sólo la punta del iceberb, porque Jaume Matas no hizo ni más ni menos que lo que otros muchos, porque Bárcenas sabía perfectamente a quién llamar, puesto que él vigilaba las idas y venidas del dinero negro, porque Blesa y Rato se comportaban como exigían las circunstancias. Y así un largo etcétera.

Me decía el otro día un amigo psiquiatra que esa obsesión incomprensible de acumular más y más, de robar más y más, aunque uno no pudiera gastarlo como ha ocurrido con la insaciable y devoradora familia Pujol era digno de análisis. Y yo le dije que esa patología enfermiza se curaba de dos formas: devolviendo el dinero y con bastantes años de cárcel. Sólo faltaba que ahora tuviéramos que pagar las consultas de las conductas desviadas de nuestra particular mafia española.

Y Rajoy ha pedido perdón, con la boquita pequeña, silabeando entre los pelos de la barba, como si se le hubiera escapado, y ahora habla de leyes y códigos contra la corrupción.

En primer lugar, no pueden hacer leyes contra la corrupción los mismos a los que pertenece esta insoportable podredumbre.

En segundo lugar, hacer leyes y pactos anticorrupción no deben significar un punto y aparte a esta situación. No vale decir “a partir de ahora….”, lo sentimos muchísimo, pero los que lo han robado, deben pagar por ello.

En tercer lugar, Rajoy no está capacitado para nada. Ni tiene autoridad moral ni política para llevar adelante un cambio del sistema democrático, una limpieza interna de los conductos políticos y empresariales. Y no lo está porque él ha sido TODO en la época en que se gestó esta “posible trama”, y lo es TODO ahora cuando los suyos están cayendo cual película de Martin Scorsese.

Todavía no ha aparecido “El Jefe”, al que quizás aún tengamos que ver dando explicaciones de cómo se pagó la boda de su hija y el yernísimo. Y entonces, veremos cómo explica Rajoy que él fue vicepresidente de aquel Gobierno de los hoy imputados y condenados, ministro de muchas cosas y organizador de las campañas electorales que ahora están bajo sospecha por posible financiación ilegal.

¿Está seguro Rajoy de que él puede llevar adelante modificaciones legislativas y pactos anticorrupción que pueden volverse en su contra? ¿Está seguro de que pondría la mano en el fuego por él mismo sin quemarse?

Rajoy no debiera sólo pedir perdón sino dimitir. En ningún país sanamente democrático, se podría soportar tener al frente del Gobierno a un dirigente cuyo propio partido y sus más fieles compañeros de trabajo están siendo policial y judicialmente investigados e imputados.

Siendo así, ¿quién va a hacer los cambios y leyes que España necesita? Indudablemente una nueva generación de políticos que no estén pringados con la indecencia y la crisis moral que está viviendo España.

Nuevos líderes, nuevos partidos, nuevas formas de hacer, nuevas relaciones no contaminadas, nuevos discursos, nuevas ganas, nuevas ilusiones, …..

España necesita una segunda transición. Y ahí no cabe Mariano Rajoy.