Hoy día disponemos del conocimiento científico y técnico para hacer frente a los desafíos ambientales y sociales de nuestro tiempo. Incluso, en plena crisis, disponemos de ingentes recursos económicos, que se han aplicado a “restaurar” el sistema financiero, sin condicionar – hasta ahora – esa ayuda a un cambio profundo del paradigma económico causante de la crisis. Afortunadamente, en algunos países (EEUU, China, Corea…) una parte muy significativa de los estímulos públicos se están destinando a potenciar el uso y la investigación en energías renovables, en eficiencia energética, en calidad de las aguas, en descontaminación, en reforestación….demostrando, además, la capacidad de innovación y de creación de empleo asociado a una mayor sostenibilidad. Pero la magnitud de las desigualdades sociales y del deterioro del planeta (estrechamente correlacionados) exige políticas más generalizadas y más ambiciosas.

Una reorientación no “cosmética” del modelo productivo supone hacer frente a poderosos intereses creados que se resisten ante una redistribución de la riqueza global. Es aquí donde resulta más importante que nunca la voluntad política, para que la acción pública garantice el disfrute por parte de todos los ciudadanos del planeta – los ciudadanos de hoy y los que nacerán mañana – de derechos esenciales para una vida digna y saludable: el derecho a un aire no contaminado, el derecho a suficiente agua potable, el derecho a la biodiversidad (imprescindible, por ejemplo, para garantizar la alimentación)…

El cambio del modelo productivo exige actuar con determinación, a partir del conocimiento existente. Sabemos, por ejemplo, que todos los combustibles fósiles tienen fecha de caducidad. En el caso del petróleo, apenas unas décadas. Ello comporta su encarecimiento irreversible (como señala la Agencia Internacional de la Energía, “se ha acabado la era del petróleo barato”), y un riesgo creciente de accidentes gravísimos, como el de BP en el Golfo de México. La respuesta inteligente – y responsable – es, por lo tanto, la de una apuesta mucho más decidida por las energías renovables, las únicas cuyo recurso es inagotable y gratuito, con tecnologías cuyos costes seguirán decreciendo de forma proporcional al apoyo público que reciban.

Pero la sostenibilidad requiere mucho más que cambios tecnológicos. Exige cambios profundos en nuestra percepción del bienestar, excesivamente condicionada por el consumismo y el despilfarro de los países más ricos.

Si queremos que los elementos básicos del bienestar (la alimentación, el agua, la salud, la movilidad…) sean accesibles para todos los ciudadanos, hay que gestionarlos con nuevos criterios. Por ejemplo, de acuerdo con la denominada “economía de la funcionalidad”. Si hoy se despilfarra tanto es, entre otras cosas, porque a las empresas les interesa producir bienes muy perecederos… El bienestar asociado a estos productos puede obtenerse, también, si se usan en alquiler, en lugar de ser adquiridos; ello favorece la producción de bienes mucho más duraderos, ya que, en ese caso, las empresas obtienen sus beneficios mediante la venta de servicios de gestión y de mantenimiento. Existen ya experiencias, en el sector de los equipamientos informáticos, del automóvil…que cabría extender mucho más.

Y en cuanto a la alimentación, resulta urgente un reorientación de dietas excesivamente basadas en la ingesta de proteínas animales, del todo insostenibles tanto desde el punto de vista de la salud como del uso del agua y de la tierra, así como de los efectos inducidos por la ganadería en relación con el cambio climático (equivalentes a más del 20% de las emisiones totales de gases efecto invernadero).

Con carácter general, la reorientación del modelo productivo requiere de ciudadanos mucho mejor informados sobre la profunda inequidad y sobre los riesgos (para su salud y para la del planeta) del actual modelo, así como sobre alternativas existentes; y de un cambio de planteamiento por parte de los responsables públicos, a partir de la comprensión de la sostenibilidad como una nueva dimensión de la lucha por la igualdad y por el progreso.