Organismos como el Banco Mundial (BM) y la Organización Mundial del Comercio (OMC) han puesto de manifiesto que no sólo no son capaces de abordar los grandes desafíos señalados, sino que fundamentalmente perpetúan el orden vigente. Hay que modificar todo esto si se quiere avanzar en una economía más equilibrada, equitativa y sostenible. Estas dos instituciones son bastante ortodoxas en sus planteamientos, y sus actuaciones están guiadas por un excesivo reduccionismo económico, cuando en realidad los problemas que se padecen superan el mero ámbito económico.
En lo que concierne al desarrollo económico resulta mucho más oportuno el enfoque que lleva a cabo el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo Económico (PNUD), que desde 1990 publica el informa anual Desarrollo Humano. Cada año este informe, aparte de elaborar el indicador sobre desarrollo humano, que tiene en cuenta más variables que el Producto Interior Bruto por habitante, afronta problemas realmente relevantes y hace proposiciones para avanzar por un camino que sea capaz de ir eliminando las grandes privaciones que se padecen, al tiempo que hace sugerencias para conseguir un desarrollo sostenible, la igualdad en derechos y oportunidades, así como la igualdad de género. Un enfoque, en definitiva, mucho más rico y pertinente que el que nos tiene acostumbrados el Banco Mundial. Un libro que sintetiza muy bien todo lo que esto supone es el coordinado por P. Ibarra y K. Unceta Ensayos sobre el desarrollo humano (Icaria, 2001), que recoge algunas de las ponencias del congreso celebrado en Bilbao para conmemorar los diez años de la publicación de este informe y la propuesta sobre lo que se entiende por desarrollo humano.
Otra interesante publicación que recoge las contribuciones teóricas y propuestas prácticas efectuadas por las Naciones Unidas, desde su creación hasta nuestro días, es El poder de las ideas, claves para una historia intelectual de las Naciones Unidas, escrito por R. Jolly, L. Emmerij y T. G. Weiss (Catarata, 2007). Se constata leyendo el libro que las ideas de las Naciones Unidas han abierto caminos que otros han seguido.
A través de estas publicaciones e informes se puede comprobar que los enfoques de las Naciones Unidas, que han ido variando a lo largo del tiempo, resultan bastante más acertados que los del Banco Mundial y los de la OMC, aunque tampoco sean la panacea en la que podamos encontrar las respuestas a tantos desafíos. El problema principal es que Naciones Unidas tiene un buen planteamiento teórico, pero escasa capacidad en la toma de decisiones, que recaen primordialmente sobre las otras instituciones internacionales.
Por ello, sería conveniente que el Banco Mundial, con sus recursos y personal técnico, pero no con su personal directivo, se integrase en el PNUD, el cual marcaría las líneas de actuación en consonancia con las propuestas realizadas en los diferentes informes de Desarrollo Humano. Conseguiríamos de esta forma unas Naciones Unidas operativas, basadas en unos supuestos de reforma de las relaciones económicas internacionales, en vez de unos organismos con planteamientos asentados en principios neoliberales, en los que se supone que el crecimiento por sí solo es capaz de conseguir el desarrollo económico, sin contemplar unas condiciones mejores de igualdad y de sostenibilidad.
Otro tanto se puede decir de la OMC, que lo mejor que podría hacer es disolverse e integrarse en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD). Ésta tendría que dejar de ser una conferencia y convertirse en organismo. Así, sus planteamientos acerca del comercio internacional se encontrarían complementados con el desarrollo basado en las publicaciones de la propia UNCTAD, que se tendrían que coordinar con el PNUD.
De este modo, la tríada FMI, BM, OMC, que ha sido tan duramente criticada en sus actuaciones por movimientos sociales y economistas de diversas escuelas, con razones más que fundadas, se transformaría en organizaciones diferentes, con especializaciones distintas y teniendo en cuenta a los países más desfavorecidos. Éstas, a su vez, deberían intervenir en la regulación de las relaciones económicas internacionales y frenar sobre todo la globalización financiera.