El pleno empleo es una palabra desaparecida de las previsiones políticas y allí donde la tasa de paro es menor, por ejemplo Alemania, ello se debe a la asociación de dos circunstancias que no son admisibles para cualquier progresista: la práctica de salarios de miseria, en particular en los servicios, lindantes con una esclavitud moderna y, por otra parte, una tasa de natalidad que lleva a la pérdida anual de 100.000 ciudadanos. La inmigración de mano de obra poco cualificada y baratísima por una parte, y la de jóvenes formados en los países del Sur de Europa por otra, permite satisfacer a buen coste las necesidades laborales. ¡Qué fácil resulta para un país utilizar un ingeniero o un médico cuya larga formación ha sido costeada por otro país!

Cuando pase la crisis, -¿quién sabe cuándo?-, seguirá planteado el problema del empleo para la sociedad europea.

Después de la posguerra mundial se produjo un cambio fundamental en nuestras sociedades. Empezó derritiendo el sector agrícola y luego llegó el turno al sector primario de la industria. Los millones de trabajadores liberados en cada país encontraron en una economía de reconstrucción y expansión trabajo en las industrias del sector secundario y en la proliferación de los servicios. El cambio se realizó sin dificultades, porque, por una parte, la mano de obra requerida era de escasa especialización y por otra el sistema educativo estaba adecuado a la demanda de mano de obra.

La transformación rapidísima de nuestras sociedades con la investigación y el desarrollo tecnológico no se ha visto acompañada de una necesaria mutación en los sistemas educativos, cuya evolución muchas veces ha ido a contrasentido. Daré un ejemplo actual. En la región de Toulouse, capital de la aeronáutica europea, la tasa de desempleo sigue una pauta ascendente, superior a la media nacional y esto cuando es la base de Airbus Industrie cuyo auge de ventas requiere actualmente la contrata de 9.000 técnicos e ingenieros. No los encuentran, pero a escasos kilómetros de sus fabricas existe una Universidad de Letras, Toulouse le Mirail, con más de 20.000 estudiantes, que se puede considerar como el mayor centro de formación de futuros parados de la región. Otro ejemplo: no pasa semana sin que se anuncie el cierre de una fabrica y el despido de centenares de obreros cuyas declaraciones siempre insisten en este dato: llevo treinta años en esta empresa y no sé hacer otra cosa, ¿cómo puedo encontrar trabajo?

Inadecuación de los estudios superiores a las necesidades de una economía y de empresas en continua mutación tecnológica, ausencia alucinante de una seria formación profesional organizada que permita prever la reconversión del trabajador, tales son las realidades evidentes. Y estas no dependen de la crisis, son estructurales y sin crisis tendrán los mismos efectos.

Un sistema educativo que se queda corto y que es inadecuado cuando llega el reto laboral, esta realidad puede llevar a ciertas derivas, como la alemana, por ejemplo, que sacrifica el acceso a la enseñanza superior en favor del acceso al aprendizaje, aprovechándose para satisfacer sus necesidades de profesiones de alta formación con la inmigración selectiva. Por eso los progresistas deben pensar de manera innovadora, por no utilizar la palabra revolucionaria, que resulta ser más un abuso que una realidad.

Hoy existe un sistema de educación primaria que asegura las bases para aprender a leer, escribir y contar, al menos es su propósito. La ESO y el bachillerato ofrecen una formación general y de orientación hacia la enseñanza superior o profesional. La enseñanza superior, universitaria cualquier sea el tipo de centro, pasó de ser un lugar de cultura superior e universal a convertirse en centro de formación de docentes, profesionales de alto nivel en las áreas de economía, ingeniería, investigación, sanidad, etc… Una parte de la enseñanza postsecundaria se encarga de la enseñanza técnica y profesional, pero es muy minoritaria, en contradicción con la oferta laboral de nuestras sociedades actuales.

El sistema es tan imperfecto que no hay año que no se hable de su reforma. También tiene otro serio defecto, el ser excesivamente largo y llevar de manera injustificada un ingeniero a un mínimo de cinco años de estudios superiores y un médico especialista a más de diez. El resultado es que hoy los diplomas no garantizan un puesto de trabajo y que cuando lo hacen es más cerca de una edad de treinta años que de veinte. Nuestro país, siempre innovador en las soluciones desdichadas, ha llevado además miles y miles de jóvenes a abandonar sus estudios por “El Dorado” de la construcción, con lo cual hoy están parados sin diplomas ni formación profesional.

Gobernar es prever. La educación debe transformarse radicalmente en su práctica, manteniendo los principios de accesibilidad, igualdad y solidaridad para cualquier ciudadano. Desde luego la actual iniciativa del señor Wert no resuelve nada sino que da un paso atrás, y es el símbolo de las ocasiones perdidas.

Transformarse de tres maneras: acortando los cursos superiores primero. Si tanto florecen las Universidades de verano es porque hay tiempo que sobra, y en una carrera médica un año menos de estudio, pero con años de diez meses de estudio y no de siete, es una ventaja económica, para el estudiante como para la sociedad. Dar prioridad a la enseñanza técnica y tecnológica para ofrecer a la economía la mano de obra que necesita y al joven un puesto de trabajo que le independice cuanto antes. Por fin, y quizás sea lo más importante, decidir que la educación es -a través de la formación- una necesidad de toda la vida activa. La educación permanente se transforma entonces en formación permanente.

La formación profesional existe, mala, ineficaz y carísima. Confiada casi siempre a empresas muy lucrativas no corresponde a las necesidades del trabajador y de la sociedad. Su utilidad es manifiesta desde el médico que debe actualizar sus conocimientos hasta el albañil o el mecánico que no solo debe mejorar su práctica y productividad, pero sobre todo debe tener la oportunidad de prepararse a los cambios de cualificación que imponen unas empresas en constante y rápida evolución.

Un sistema estatal, público, de formación continua e universal debería establecerse, utilizando todos los recursos disponibles que van desde profesores especialmente formados a la utilización de la experiencia laboral de muchos trabajadores. Pero desde luego huyendo de la rigidez de los sistemas educativos actuales.