El problema en estos momentos no es sólo una cuestión de caras o de líderes. De hecho, a los comicios de mayo concurrieron algunos líderes locales y regionales muy prestigiosos en su ámbito, con valoraciones y puntuaciones parciales superiores a las que hoy alcanza el mejor líder nacional. En varios casos se trataba de candidatos que habían realizado magníficas gestiones en sus respectivos ámbitos, con resultados constatados y medidos. Pero nada de eso fue suficiente, ya que el PSOE se enfrenta en estos momentos a una crisis muy seria de credibilidad y de confianza. Y si no se entiende esta situación –y se actúa en consecuencia– nada, o muy poco, se va a poder hacer de aquí a las próximas elecciones generales.

Si el PSOE quiere tener opciones de ganar las próximas elecciones, primero tendrá que cambiar. Y lograr que sus electores desencantados así lo entiendan con tiempo suficiente como para poder rectificar y actuar en consecuencia.

Por eso, las reacciones que se han producido hasta ahora en el PSOE son valoradas como bastante insuficientes por la opinión pública. En el pasado, Joaquín Almunia, por mucho menos, presentó la dimisión inmediatamente, dejando la puerta abierta a que el PSOE, como tal, buscara la mejor salida y las opciones más convenientes. Así suele ocurrir en la mayor parte de los países con una razonable cultura democrática. El último caso más próximo ha sido Portugal. El líder del Partido Socialista portugués, después del descalabro sufrido, dimitió de la forma más natural, sin ningún problema. Es cierto, como argumentan algunos, que en este caso Rodríguez Zapatero no concurría directamente a las urnas. Pero no es menos cierto que, de facto, fue el protagonista central, y casi exclusivo, de la campaña electoral, con todas las implicaciones prácticas que esto ha tenido.

De ahí lo extrañas –y contraproducentes– que resultan las reacciones simplistas de cerrar filas y hacer continuas llamadas a la lealtad personal y no se sabe muy bien qué más. Al tiempo que se intenta presentar a los que sólo han planteado alternativas razonables y positivas poco menos que como traidores. Así nos va y nos irá, si no se cambia de onda.

Posiblemente, lo que el PSOE necesitaría en estos momentos para aspirar a tener mejores posibilidades de voto –amén de tener un buen líder y un buen equipo, con todos los cambios que sean necesarios– es realizar un ejercicio de catarsis lo suficientemente sincero y de fondo, como para que resulte creíble para la opinión pública. Desde luego, algo muy distinto a un acuerdo interno más o menos consensuado, que muchos interpretarían prácticamente como un “apaño” para salir del paso, sin grandes conmociones ni pretensiones.

Lo que ahora se necesita –si se quiere tener opciones de convencer y de ganar– es algo parecido a lo que en su día fue el Congreso Extraordinario de 1979, en el que Felipe González escenificó una superación creíble del marxismo –que de facto ya se había producido antes– y se rodeó de un equipo capaz, co-liderado por Alfonso Guerra, proyectando públicamente un discurso y un proyecto que una parte importante de la sociedad española entendió perfectamente, y que respondía a lo que entonces se demandaba.

En estos momentos, salvadas las distancias, el PSOE tendría que ser capaz de hacer algo similar, algo que la opinión pública pudiera entender como un cambio real. Un cambio que resulte verosímil y auténtico, a la vez. Por eso, los pretextos de algunos líderes y comentaristas de salón, arguyendo que los Congresos siempre son un engorro y un lío –¿acaso no lo es todo proceso democrático?– resultan tan insólitos como contraproducentes. ¿Cómo piensan algunos que se va a ganar la credibilidad perdida? ¿Con intentonas que una parte de la opinión pública va a interpretar poco menos que como un paripé? ¿Será todo en el fondo una cuestión de pereza?

Personalmente creo que, sea cual sea la respuesta que finalmente se imponga, no va a resultar fácil que el PSOE pueda ganar las próximas elecciones generales. La situación es difícil y las desventajas de partida no son pocas. Por eso, no puedo entender por qué razón, cuando las dificultades no sobran, no se está dispuestos a apoyar al próximo candidato del PSOE con todas las fuerzas, posibilidades y ventajas de partida.

En algunos casos, parece incluso como si se pensara que el PSOE se encuentra sobrado de fuerzas y no resultara necesario poner en manos del nuevo candidato todas las potencialidades y los recursos que sean necesarios para hacer su papel de la mejor manera posible. ¿Por qué?

Después de algunas experiencias, no tan lejanas, se sabe que las bicefalias, en el mejor de los casos, acaban produciendo bicefaleas, y que todo lo que no se proyecta públicamente con suficiente fuerza y credibilidad acaba teniendo efectos tenues y generalmente insuficientes. ¿Cómo se pueden explicar entonces determinados comportamientos? ¿Se quiere realmente tener opciones serias de ganar? ¿Por qué no se quiere cambiar? Demasiadas preguntas sin respuestas para unos procesos políticos que tienen que sustanciarse en muy poco tiempo.