Son bastantes los electores potenciales de Izquierda Unida que llevan años dudosos y confundidos sobre qué hacer en las urnas. Al contrario de lo que ha ocurrido en otros países, donde partidos similares a Izquierda Unida han sabido mantener una política clara de alianzas y han acertado a articular un discurso creíble para explicar su papel coadyuvante y estimulador de políticas más progresistas y de significación social, en España el comportamiento de IU ha sido demasiado errático y confuso. Y en ocasiones oportunista, según interpreta una parte del electorado progresista. De ahí que muchas personas no vean en Izquierda Unida un posible acento más a la izquierda de las políticas de otras fuerzas progresistas, sino un partido en cuyo ámbito casi todo puede ocurrir y, a veces, no se sabe muy bien para qué.
Después de los años de la famosa “pinza”, en los que la estrategia de Izquierda Unida confluyó con la del PP en un intento de acoso bastante duro al PSOE, el resultado terminó siendo un reforzamiento del criterio de “voto útil” de la izquierda entre bastantes electores potenciales de la izquierda crítica. Ahora, en cambio, parecía que la extensión de un clima de mayor malestar y sentido crítico respecto a la política seguida últimamente por el gobierno de Rodríguez Zapatero, podría abrir nuevos espacios electorales potenciales para IU. Pero, como se ha visto, tal inflexión no se ha producido, de forma que IU se ha mantenido estancada en un promedio de apoyos que apenas supera el 6%, en comparación con el casi 12% que había obtenido en 1995. ¿Por qué se ha producido esta frustración de expectativas, pese a las bajadas del PSOE? En buena parte porque muchos electores piensan que un partido que sólo tiene el 6% o el 7% de los votos poco puede hacer por sí solo para cambiar –o modular– algunas políticas concretas. En parte, también, porque no se ve un proyecto alternativo claro y creíble, ni un liderazgo con capacidad de arrastre. Y, sobre todo, posiblemente porque algunos ciudadanos ya se recelaban de antemano lo que podía ocurrir si daban sus votos para intentar potenciar opciones progresistas y luego, al final, esos votos sólo servían para que en algunos lugares los alcaldes o presidentes de Comunidad del PSOE fueran sustituidos –gracias a los votos destinados a IU– por otros candidatos del PP. Como así ha sido.
Obviamente, visto lo visto en Extremadura y en otros lugares, algunos electores que en esta ocasión han sido cogidos en falta de ingenuidad poco previsora, se habrán dicho que para ese viaje no hacían falta tantas alforjas. Y posiblemente habrán tomando buena nota de cara a próximos comicios.
En el, a veces, esperpéntico espectáculo de alianzas postelectorales –por activa o por pasiva– parece que algunos líderes de IU también se han visto defraudados y así lo han intentado hacer ver, ya que los hechos han quebrado la credibilidad pública de aquellos líderes que se comprometieron públicamente a que ningún voto a IU se utilizaría para aupar a gobiernos del PP. Pero eso es lo que ha terminado por suceder en casos muy llamativos, revelando serios problemas de coherencia y de disciplina política. Y no se sabe cuál de las dos cosas es peor.
Mientras tanto, la casa sin barrer, el PSOE en crisis electoral –y posiblemente con otras peligrosas crisis incubándose– y la izquierda en general sin ser capaz de plantear las políticas que una parte importante de la opinión pública española demanda en estos momentos, y que la situación del país requiere. ¿Serán capaces las fuerzas de izquierdas de entender el malestar que está empezando a aflorar en sociedades como la nuestra a través de las protestas de los jóvenes excluidos e indignados?