Una vez más, Rajoy ha sorprendido a propios y extraños por su pasividad. Resulta sorprendente que el único valor o cualidad que se le conoce a Rajoy es la ausencia del mismo. No hacer nada.

No hay remodelación de gobierno ni tampoco hay remodelación en el partido, salvo mínimos retoques de segundo nivel, porque el Presidente Rajoy no los considera necesarios. Seguramente sigue pensando que el único error está en la estrategia de comunicación, y que han sido los “enemigos mediáticos” los que han propiciado el ascenso de los “radicales”.

Así pues, para Rajoy, todo sigue igual.

Aunque no es así. Nada es igual desde la aparición del movimiento 15-M, ni de la irrupción de nuevos partidos en la escena política, ni del descalabro del PP con la pérdida de sus mayorías absolutas, ni de los descarados y vergonzosos casos de corrupción. Pero parece que Rajoy va a seguir la vieja escuela del PP: la descalificación más absurda del contrario.

Y ya han comenzado con los ataques a Manuela Carmena, a Ada Colau, o a miembros de las nuevas formaciones de izquierda. Y buscando y rebuscando a ver qué cosas encuentran para descalificar al contrario antes de que se ponga en marcha, intentando así dar todas las patadas en las zancadillas que sean posibles.

Pero, no todo es lo mismo. Entre el mal gusto y la barbaridad del humor negro de Guillermo Zapata y el activismo reivindicativo de Rita Maestre hay un abismo, o así me lo parece. Y por ello, no son las mismas acciones las que hay que tomar en un caso o en otro.

Ahora bien, tiene gracia que los “vigilantes de la moral pública” sean los representantes públicos del PP que, no sólo están dando un espectáculo bochornoso, no sólo se han saltado las leyes con los sobres y las cuentas B, sino que han destrozado las instituciones políticas manchadas de corrupción como son los casos de Madrid y Valencia, convertidos en verdaderas cuevas de ladrones.

Me encanta y me alegra que haya una nueva generación de activistas, de reivindicativos, de protestones sociales, en las instituciones políticas, ejerciendo sus responsabilidades y obligaciones, asumiendo el liderazgo político, reinventando el ejercicio democrático desde las leyes, y no fuera de ellas. Muchas de sus protestas de hace cuatro años fueron protestas que también se dieron hace cuarenta: el laicismo, el feminismo, la igualdad de derechos, la lucha contra la desigualdad social, la educación y la sanidad para todos, y un largo etcétera que hemos ido conquistando con mucho esfuerzo pero que, en los últimos años, bajo la excusa de la crisis económica y provocado por una contrarrevolución conservadora a la que se ha sumado el nihilismo moral más absoluto, se había perdido la brújula hacia la que caminar.

Nos hemos quejado tanto de la indiferencia y, sobre todo, de la falta de participación e interés político de los jóvenes que ahora deberíamos felicitar su entrada en política. Aunque, lo que debería entender la nueva gente que ha entrado en formaciones como la de Podemos, las Mareas, o las Asambleas, es que no todos son iguales aunque lo hayan gritado en más de una ocasión.

Es cierto que la desmoralización política ha sido contagiosa así como la mala praxis en la gestión política y la corrupción. Pero no ha sido igual ni la forma de atajar los problemas, ni las sanciones dentro y fuera de los partidos, ni el reconocimiento de los errores, ni las ganas de cambiar las estructuras y mejorar la relación con los ciudadanos. Ni tampoco la acción del pasado ni la gestión que avala las diferentes trayectorias entre el PP y el PSOE, porque, pese a los errores cometidos, los derechos sociales e individuales se han conquistado a golpe de gobiernos del PSOE.

Recuerdo el movimiento 15M acampado en la plaza del Sol de Madrid, manifestándose sin incidentes, sin conflictos con las instituciones ni políticas ni de seguridad, y tengo la completa seguridad de que no hubiera sucedido lo mismo si hubiera gobernado el PP.