Lógicamente, los aviadores de los años cuarenta quedaban alucinados por completo en aquel lugar sin entender qué tipo de arma secreta era aquella. Pronto se va instalando entre todos la comprensión de que se encuentran inmersos en un viaje en el tiempo que puede cambiar el curso de la historia, ya que el portaviones nuclear puede hacer trizas en poco tiempo a toda la flota imperial nipona. En ese ambiente, los pilotos de los años cuarenta escuchan que alguien se refiere al Presidente Reagan. “¿El actor mediocre? –inquiere uno. ¿No me digan que ha llegado a ser Presidente de los Estados Unidos? –pregunta incrédulo el otro”.

La extrañeza –verosímil– de aquellos pilotos, desde la perspectiva de los años cuarenta, no existe en nuestros días, después de los procesos de transformación en los liderazgos que han tenido lugar. De hecho, el Presidente Reagan no ha sido el que peor ha hecho su papel –sin duda uno de los más importantes de su carrera–. La clave, en casos como éste, es seleccionar un buen equipo de colaboradores y atenerse a sus indicaciones, manteniendo bien el tipo y la presencia en escena. Se cuenta que Reagan, cuando alguien de su equipo planteaba diversas opciones o escenarios complejos, le cortaba y le decía: “Déjese de complicaciones y dígame en concreto qué tengo que decir”. Es decir, pedía un “guión” claro y sencillo, como los de las películas clásicas de aventuras que él protagonizó en su día, a veces en compañía de figuras emblemáticas, como Errol Flynn.

Tal como discurren los acontecimientos y como evolucionan las técnicas de marketing político y los procedimientos para que puedan parecer grandes oradores aquellos que se limitan a declamar discursos escritos por otros, que leen a través de sofisticados soportes casi invisibles, es lógico que a veces nos asalte la sospecha de si no estaremos ante auténticos montajes organizados en torno a “candidatos carátula”, que se limitan a poner un rostro agradable y algunas cualidades mediocres. De hecho, es sabido que en los ambientes políticos de nuestros días no faltan los grupos de interés que han intentado, e intentan, operaciones de este tipo, organizando dispositivos políticos y de comunicación en torno a figuras captadas en los ambientes políticos, con el único requisito de tener un rostro agradable, manifestar voluntad de triunfar y ser lo suficientemente dúctil y flexible como para adecuarse, cuando sea preciso, a las necesidades del grupo promotor.

La hiper-profesionalización de la política, y las derivas reduccionistas hacia lo comunicacional propician esta clase de “candidatos carátula”, que sólo tienen una fachada aparente, a veces de cartón piedra, y que están dispuestos a operar a partir de guiones predeterminados y escritos por otros. De hecho, Reagan no ha sido el primer actor –ni el último– que se metió de lleno en la arena política. Y a ello se podría añadir una notable legión de aficionados.

El problema es que tales escenificaciones tienden a ir quedando desveladas, suscitando no pocos recelos entre los ciudadanos que no quieren quedar reducidos a la condición de espectadores mudos y pasivos de representaciones políticas prefabricadas que, a veces, resultan demasiado pobres de contenidos y de credibilidad, sobre todo cuando son representadas por candidatos carátula con pocas tablas y escasa capacidad de “improvisación” y respuesta cuando se dan cambios en los supuestos establecidos en los guiones. Por ello, en la vida política cotidiana se hace notar el desgaste de determinadas estratagemas comunicacionales, y cada vez se constata más claramente que los candidatos carátula no suelen dar la talla en las situaciones difíciles y de crisis.

De ahí que empiecen a escucharse voces que reclaman mayores cualidades y capacidades de los liderazgos y no sólo rostros y discursos prefabricados. Un conocido comentarista español se quejaba hace días de esta evolución de los liderazgos e intentaba hacerse eco del sentir general, reclamando otro tipo de líderes y candidatos. Y en el fervor de su reivindicación concluía afirmando: “Queremos líderes feos e inteligentes y que propongan cosas, como Churchill o Azaña…”. No sé si los ejemplos son los mejores, pero el sentido de la protesta es bien claro.