El ciclo político neoconservador ha estado sustentado en base a determinadas corrientes políticas y de opinión que han venido siendo bien engrasadas y financiadas por poderosos grupos de presión, que han dispuesto abundantes recursos económicos para influir en numerosos think tanks y medios de comunicación social. Su fuerza y su osadía ha sido tal que durante los últimos años llegaron a penetrar en los propios círculos socialdemócratas, al tiempo que dominaban los espacios centristas y , por supuesto, tenían sus bastiones más fuertes en la derecha-derecha.

Ahora, cuando todo el artificio montado durante los últimos años se está derrumbando con gran estrépito y algunos sectores de la social-democracia y el centrismo progresista están saliendo de su ensoñación, parecía que podíamos esperar un cierto paso hacia atrás por parte de los sectores neocons más duros. Sobre todo, cuando resulta palpable el descrédito de uno de los personajes más negativos de los últimos años imbuido de tales posiciones, como es el infausto Bush II.

Pero no. Lejos de replegarse, los más duros partidarios de las viejas recetas sacan pecho, dan un paso al frente, se envalentonan y dejan aparte los paños calientes. Esto es precisamente lo que ha hecho la señora Palin en las últimas elecciones presidenciales norteamericanas, causando sofoco en algunos sectores republicanos más serios y un grave quebranto –como se ha visto– en las posibilidades electorales del senador MacCain, cuya caída en picado en las encuestas corrió paralela, precisamente, a la irrupción en escena de la gobernadora Palin y todo su “palinismo”.

El nuevo fenómeno político del “palinismo” se caracteriza por un intento –medio ingenuo, medio instrumental– de presentar en una envoltura femenina (o “blanda”, según los casos), desenfadada, sin pelos en la lengua y aparentemente “simpática”, un discurso político tremendamente duro y conservador en sus propósitos y propuestas. En su presentación pública, las propuestas económicas –y los intereses a ella asociados– se intentan ocultar en un segundo plano, mientras se acentúan los componentes reactivos ante determinadas tendencias “modernizantes”. Y todo ello se hace, a veces, recurriendo a unos pretendidos “designios divinos”, cuyo nombre se invoca como coartada para intentar abrir contenciosos civiles –un “segundo frente de batalla”– y movilizar votos entre los sectores de población más ingenuos, manipulables y “atemorizados” ante las circunstancias de incertidumbre económica y de acelerado cambio social y cultural.

El problema, tal como se ha visto en las últimas elecciones presidenciales norteamericanas, es que tal estrategia ya no logra asustar a muchos ciudadanos ni permite movilizar los votos necesarios. Aunque sí se lograban dichos objetivos en diversos lugares, hasta hace muy poco tiempo. Esperanza Aguirre, en España, es un caso bien claro de ello, tanto en lo que a resultados electorales se refiere como a enfoques políticos. De hecho, la señora Aguirre podría reclamar derechos de autor sobre el modelo.

Pero los resultados prácticos no parecen preocupar mucho a los “palinistas”. Lo suyo es no arrugarse, no tener pelos en la lengua e ir a por todas. No importa que de esta manera puedan perjudicar a sus eventuales compañeros de candidatura. “Casi es mejor así” –parecen pensar–. Debilitando a otros, al final serán ellas –o ellos– los que encabecen las candidaturas, en un contexto interpretativo providencialista que les hace pensar que de las “ruinas y la confusión” saldrá la luz y la victoria, con tan pintorescas lideresas a la cabeza. Y, de momento, ya se sabe, hay que dedicarse a decir sin recato lo que se piensa, zancadillear a los adversarios internos y romper lo que sea –aunque sean instituciones financieras importantes– con tal de intentar ganar cuotas de poder e influencia, desde las que seguir escalando hasta las alturas de sus ambiciones y sus designios supremos.