En contraste con lo que sucedía no hace mucho tiempo cuando algunas fotos se convertían en iconos expresivos de ciertas iniciativas o hechos de alcance (por ejemplo, la foto de Adolfo Suárez y Felipe González departiendo con complicidad, o la foto de los firmantes de los Pactos de la Moncloa), en estos momentos a veces se busca la foto antes que la iniciativa o el acontecimiento. Y en ocasiones el acontecimiento es meramente circunstancial y “creado”, o imaginado a posteriori de forma forzada o como pretexto, en función de la oportunidad de la foto en sí y su eventual utilidad de cara a la proyección en la opinión pública.
En la célebre Cumbre de Washington, por ejemplo, lo importante parece que ha sido la foto. Una foto con la que se quería transmitir a los ciudadanos una imagen de seguridad y de confianza, con unos líderes que hablan, que se entienden y que toman medidas para hacer frente a la crisis. ¿Cómo? Eso ya es otro cantar. Lo importante son las fotos y las imágenes que indican que los líderes “se están ocupando de ello”.
No puede negarse que en la Cumbre de Washington ha habido algunos contenidos, pero estaban prácticamente convenidos y eran conocidos de antemano, hasta tal punto que en la era tecnológica de nuestro tiempo la declaración final se podía haber realizado por Internet, sin necesidad de mayores gastos, fastos, ni desplazamientos. Pero la foto es la foto. Y eso “vende” mucho, como recuerdan los expertos en marketing político.
El problema es que, por la vía de la “fotopolítica”, se ha llegado a una saturación que está erosionando los niveles de rigor y credibilidad de la política real, suscitando desconfianza en los ciudadanos y en los propios interlocutores sociales como tales.
Entre algunos interlocutores, la preocupación por la “foto” y su proyección y/o instrumentalización, a veces, tiende a pasar a primer plano de consideración. No estar en la foto es fatal, y a veces en la obsesión por no quedar fuera de la foto no se sabe a qué situaciones puede llevar. Pero, en ocasiones, ocurre lo contrario, y lo preocupante es que te puedan “sacar” en la foto sin que tú lo quieras y al servicio de no se sabe muy bien qué proyectos o instrumentalizaciones de imagen. De ahí que algunos diálogos o contactos empiecen a verse dificultados por las desconfianzas en la instrumentalización de la “fotopolítica”.
¿Qué piensan los ciudadanos de todo esto? Pues la verdad es que cada vez desconfían más de la “fotopolítica”. Durante los últimos años se les ha intentado manipular tantas veces con la “fotopolítica” que ya no saben muy bien a qué atenerse. Por eso, no hay que minusvalorar los efectos de erosión de la credibilidad y de saturación comunicativa que está produciendo el abuso de la fotopolítica. En tal sentido, hay que entender que el gran reto de la política (con mayúsculas) en los próximos años va a ser la recuperación de la credibilidad. Lo cual será difícil de lograr sin una mayor autenticidad y sin contenidos sustantivos de fondo.
Lo ocurrido en la Cumbre de Washington es un ejemplo expresivo del desgaste producido por la fotopolítica. Por ello, los efectos de recuperación de confianza que se pretendían con la foto no han tenido el alcance que algunos esperaban. Muchos ciudadanos piensan que los líderes fueron a Washington básicamente a hacerse la foto. Y la verdad es que el impresentable Bush podía haber empezado por ser un poco más discreto y neutral, y los líderes convocados (“we the leaders”-proclamaron-) podían haber pensado en una escenificación que hubiera sido más convincente sobre el supuesto trabajo de fondo que se estaba haciendo, incluyendo una mayor duración de la cumbre… “Pero,… si la situación era tan complicada, como nos decían, ¿cómo es posible que en cuatro o cinco horas de debate se hayan puesto de acuerdo y lo hayan arreglado todo? ¿Realmente lo han arreglado?” –se preguntan los ciudadanos descreídos–. ¿Qué respondemos? ¿Les decimos que se fijen más en las fotos y menos en los contenidos?