Foros como los de Davos se han convertido en uno de los típicos caldos de cultivo para la afloración de tal tipo de personajes mediáticos. Pero que nadie se moleste en encontrar mayor sustancia en lo que se dice o se comenta. De hecho, casi todo lo que se ha hablado en Davos en los últimos años no es más que papel mojado. Los conspicuos mandamases allí reunidos no se enteraron absolutamente de nada de lo que estaba pasando o podía pasar. Lo importante era que engordaran los grandes beneficios de unos pocos y que todo discurriera en un amable ambiente de locuaz brillantez pseudo-intelectual. ¡Que no acertaron en un ningún pronóstico! No ocurre nada, lo importante es que pasaron momentos brillantes. ¡Que los análisis no han resistido el paso del tiempo! Qué más da, ya se imaginarán nuevas ocurrencias y nuevos charlistas aparecerán en escena y seguirán deleitando al personal, si es necesario, diciendo lo contrario de aquello que afirmaban hasta hace bien poco.
Este tipo de personaje no es tan nuevo en la historia social como algunos pueden pensar. Sus raíces están en los bufones más ilustrados de las Cortes tradicionales, en los trovadores más brillantes, en los intelectuales de salón que reunían las marquesas ilustradas y en los viejos charlatanes de feria, que eran capaces de embaucar con su verborrea a las audiencias más variopintas. La diferencia y el problema es que ahora a los charlistas se les hace caso, incluso se les da premios solemnes, y son recibidos y agasajados por grandes mandatarios. Y así nos ha ido.