En nuestras sociedades desde hace tiempo los analistas venían sosteniendo que los grandes poderes económicos controlaban de hecho el poder político desde la sombra y movían con mayor o menor disimulo todos los hilos. El propio Presidente Eisenhower denunció abiertamente lo que calificó como el “complejo militar-económico”, en tanto que el sociólogo Wright Mills analizó esta situación en un libro clásico (“La elite del poder”).

En estos momentos, sin embargo, parece que estamos en una nueva etapa de tales tendencias de oligarquización político-económica. Lo nuevo es que actualmente algunos oligarcas económicos dan la cara y ocupan directamente el poder, sin mayores intermediarios ni disimulos. “Sin complejos”, como diría una conocida lideresa madrileña, muy vinculada, por su parte, a la aristocracia tradicional y a los grandes negocios inmobiliarios.

Esta forma de proceder da lugar a que la oligarquía político-económica utilice sus posiciones de poder y sus privilegios para hacer negocios con toda naturalidad. Lo ocurrido durante la Administración Bush, especialmente con el Vicepresidente Cheney, ha sido un auténtico escándalo, por no mencionar todo lo que viene ocurriendo en Italia y en otros lugares no tan lejanos. En España, por ejemplo, bastante gente puede recordar como el líder de un partido importante fue “pillado” en una comunicación telefónica, en la que manifestaba con total desenfado que él “estaba en política para hacerse rico”. Después, los “pinchazos” telefónicos fueron invalidados por formalismos legales y tal líder llegó a ocupar responsabilidades muy destacadas.

Igualmente, curiosos son los casos de aquellos líderes que organizan –casi a la luz del día– tupidas tramas de favores, contrataciones públicas, recaudación de comisiones y repartos de privilegios, y que cuando son “pillados” se enrocan en su esfera de poder y movilizan a su favor todos los apoyos públicos posibles de su correspondiente red clientelar. Lo cual hace de estas redes poderosas maquinarias políticas enquistadas en los partidos, con capacidades incluso para intimidar y paralizar a los propios líderes superiores.

Tales formas de proceder indican que mucho de lo que está ocurriendo no debe ser visto solamente como una degeneración –o corrupción– de las formas de la democracia, como sostenían literalmente los grandes autores clásicos, sino como una especie de “recreación” de otro modelo histórico, en el que la imbricación de los factores de poder político y de enriquecimiento económico operaban en una doble dirección. Es decir, un modelo en el que desde el poder los oligarcas se enriquecían y, a su vez, los oligarcas enriquecidos accedían más fácilmente a puestos de mayor poder y, por lo tanto, de mayores oportunidades de enriquecimiento.

En las sociedades de nuestro tiempo también se pueden identificar tendencias de retroalimentación y fuerte conexión entre las esferas políticas y económicas, por lo que no es exagerado hablar de un cierto modelo de “neo-despotismo económico postmoderno”, emparentado más de lo que parece en su lógica operativa con el viejo “despotismo oriental”.

A partir de estas tendencias, que muchos ciudadanos contemplan con las correspondientes dosis de irritación y distanciamiento cínico y descreído, resulta evidente que es necesario revigorizar y repensar la democracia, des-economizándola o des-oligarquizándola, y avanzando hacia planteamientos más implicativos, transparentes y controlables. Es decir, cada vez urge más abrir el debate sobre el futuro de la democracia y su calidad.