Sin embargo, con harta frecuencia estamos viendo que esta práctica ya no suele respetarse. En España hemos tenido un ejemplo reciente de tal tendencia de evolución desde los “cien días de cortesía” hacia una abierta “descortesía política”. Incluso antes de hacerse públicos –o confirmarse– algunos de los nuevos nombramientos ministeriales, hemos visto como empezaron las críticas. A unos ministros o ministras se les ha criticado por su poca idoneidad o capacitación, a otros por su condición “secundaria” (sic) y a otros por su “novatez” e incluso por su escasa –o excesiva– tendencia a la simpatía, no faltando referencias más desagradables para aquellos que no habían sido capaces “de terminar sus estudios” (sic), al tiempo que se cuestionaba la misma claridad en la delimitación de competencias entre los ministros. El problema es que críticas tan desmedidas y precipitadas no han venido solamente de las filas de los partidos de la oposición –durísimas las del PNV, por cierto–, sino que también se han manifestado críticamente varios medios de comunicación social y no pocos tertulianos.
Incluso la manera en la que se han producido las filtraciones, en una semana totalmente inapropiada para tamaño “pinchazo” informativo, denota una clara falta de cortesía. Que a un Presidente del Gobierno le anticipen unos nombramientos ministeriales siempre es malo, pero si además esto ocurre cuando el Presidente está culminando con bastante éxito un largo esfuerzo en política internacional, el “pinchazo” no sólo es malo, sino que es pésimo. En esta ocasión la atención informativa se desplazó inmediatamente del éxito internacional hacia la comidilla sobre el cambio ministerial, mermando significativamente las posibilidades de explotación comunicacional de importantes logros en la política exterior española, en general, y en el papel del Presidente del Gobierno, en particular. Por lo tanto, en este caso hemos estado ante una descortesía que ha alcanzado la dimensión de auténtica faena, que ha llevado a Rodríguez Zapatero a actuar aparentemente a la defensiva, obligado por las circunstancias informativas, al tiempo que se generaba un cierto clima de sorpresa, improvisación y confusión que ha creado un caldo de cultivo apropiado para las críticas, desde el mismo momento anterior al cambio de ministros.
Las tendencias hacia la descortesía política lamentablemente no se agotan en acontecimientos como los que comentamos, sino que se hacen también palpables en múltiples ejemplos de la vida parlamentaria, como la escasa atención que se suele prestar a las intervenciones políticas y la deriva hacia la utilización de descalificaciones personales, e incluso la proliferación de chascarrillos y verdaderos insultos proferidos en voz alta, cuando alguien está interviniendo desde la tribuna de oradores.
Desde luego, este tipo de tendencias resultan negativas en cualquier momento, pero lo son en mayor grado en coyunturas económicas tan delicadas como las actuales, en las que los ciudadanos esperan de los responsables políticos y de los profesionales de la comunicación un mayor grado de sentido de la responsabilidad y de espíritu constructivo, incluidas las prácticas de cortesía política propias de la una democracia madura.