Una democracia seria, con perspectivas de mayor credibilidad y una mejora de su funcionamiento es aquella en la que los niños y los jóvenes, desde la escuela, son habituados al ejercicio de las mejores costumbres democráticas, de tolerancia, respeto a las opiniones ajenas, buena disposición para el contraste de pareceres, asunción de criterios serios, transparentes y rigurosos para tomar decisiones colectivas, etc. Por eso, en toda sociedad democrática es muy importante cómo se desarrolla la funcionalidad política, y la imagen que se transmite a las nuevas generaciones de esa seriedad y rigor que conlleva el ejercicio de la democracia, con el consiguiente respeto de los principios y criterios propios del Estado de Derecho. En eso consiste la pedagogía democrática.
En tal sentido, la reciente experiencia promovida por algunos círculos del nacionalismo catalán extremo de realizar una especie de simulación de referéndum de independencia de Cataluña es un ejemplo de todo lo que no debe hacerse en una democracia seria. En determinados aspectos, algunos podrían considerarlo incluso como una burla esperpéntica de las formas democráticas como tales. Cuando unas personas y organizaciones ocupan unos espacios públicos, utilizan unas urnas oficiales (o del modelo oficial), hacen por su cuenta unos “censos electorales” en los que incluyen a unas personas con las características y edades que a ellos les parecen bien (al margen de cualquier criterio de respeto a la legalidad vigente) y realizan un simulacro de votación pública, sobre una cuestión legalmente imposible y sin respetar ningún principio de fecha específica (se vota durante varios días), de control de la limpieza del proceso (sin interventores plurales, sin custodia segura de los votos depositados, sin verificación de los escrutinios, sin debate previo de posturas diversas, etc.), el resultado no puede ser otro que una auténtica mascarada, que ofende al sentido cívico de aquellos que creen en la democracia y que piensan que las votaciones siempre son algo serio, cuya imagen hay que salvaguardar y respetar.
Sinceramente, no sé qué habrán pensado en otros países de este simulacro, ni si los medios de comunicación internacionales habrán dado alguna información sobre él. En cualquier caso, se trata de algo contrario al sentido de la pedagogía política y que en nada contribuye a la imagen de seriedad de España ni de Cataluña. El problema es la considerable atención que en España se ha prestado a esta operación “sui géneris”, incluso en la radio y la televisión públicas, que han transmitido de manera destacada imágenes que más bien parecía que estaban dando cuenta de una votación en toda regla, con todas las garantías y perfectamente legal. ¿Qué pensarán –me decía yo viendo tales imágenes– algunos adolescentes y jóvenes sobre todo esto? ¿Pensarán que las votaciones y la democracia son algo al antojo de cada cual? ¿Se les está ayudando a discernir entre lo que es verdaderamente serio y aquello que no lo es? ¿Entre lo aparente y lo real? ¿Cómo se puede tolerar –y contribuir a difundir– tamañas mistificaciones?
Lo más grave, me parece a mí, es que todo un Presidente de la Generalitat haya llegado a participar en esta ceremonia de la confusión, que en nada se corresponde con el mejor espíritu del seny catalán, como ha quedado demostrado en el último caso de Barcelona, en el que –si nos creemos las cifras de los promotores de tal votación– en realidad no ha llegado a participar ni el 20% de la población.