Según la Real Academia de la Lengua, el periodismo tiene que ver con “la captación y el tratamiento de la información”. Y todo medio periodístico capta y trata la información desde unas claves ideológicas, políticas y de interés. Siempre fue así. Lo llamábamos “línea editorial”. Es su derecho. Y es inevitable, porque la objetividad absoluta no existe, y probablemente está bien que no exista.
Ahora bien, mantener una “línea editorial” de forma honesta y transparente no debiera ser impedimento para respetar el compromiso primigenio del auténtico periodismo con la información veraz. Porque cuando este compromiso se rompe y los “periodistas” traicionan su matrimonio con la verdad, el periodismo pierde credibilidad y los ciudadanos pierden derechos.
Ejemplos de ese comportamiento espurio los tenemos a diario y en todos los formatos. Desde la mixtura lúbrica de información y opinión, hasta la mendacidad sin tapujos, pasando por las campañas ad hominem, las calumnias y las injurias generalmente impunes. Todo vale bajo el amparo de la libertad de expresión y al servicio de objetivos políticos y económicos de naturaleza diversa.
Uno de los objetivos más comunes en el día a día de este nuevo periodismo de combate es acabar con el Gobierno de Zapatero. Por tierra, mar y aire. Puede que de vez en cuando los socialistas colaboremos eficazmente con nuestros errores, pero la falta de toda ponderación en los análisis, la saña violenta de muchas acusaciones y la utilización permanente de exageraciones, demagogias y mentiras flagrantes, descalifican por sí solas la acción y la intención de estos combatientes disfrazados de periodistas.
No soy partidario de nuevas leyes. Puede resultar peor el remedio que la enfermedad. Pero sí merece la pena desenmascarar a los falsos periodistas y exigir el respeto a las más elementales reglas del juego. Quien quiera hacer opinión, como hacemos en Sistema Digital, que lo advierta con honestidad. Pero quien quiera practicar el periodismo y ofrecer un servicio de información a los ciudadanos, debe atenerse a unas normas básicas: diferenciar información de opinión, tratar la información con rigor, decir verdad y no mentira, supeditar cualquier interés político o económico al derecho ciudadano por una información limpia y veraz…
En democracia, es lícito y es legal sostener cualquier postura, defender prácticamente cualquier interés y pretender casi todos los objetivos. El combate en defensa de las ideas y de las metas legítimas es incluso encomiable. Ahora bien, el único combate al que no puede renunciar un periodista es el que ha de conducir a la prevalencia de la verdad.