Es posible que se puedan producir leves mejorías, pero de ahí a estar sano hay un abismo considerable. En la economía española lo más difícil va a ser la recuperación del empleo, y sobre todo el cambio de modelo en el que la construcción tiene que ser sustituido por otros motores de crecimiento. Además, hay que preguntarse qué tipo de economía y sociedad queremos construir. La crisis deja muchos damnificados, pero también representa una oportunidad para cambiar y no caer en los errores del pasado que han conducido a la situación presente. Lo difícil es saber aprovecharla. El cambio no es una tarea que se pueda acometer en un plazo corto, pero hay que iniciar ya el camino para ir sentando las bases de otro tipo de desarrollo.

Por desgracia no se están dando los pasos en esta dirección, y no se vislumbran grandes cambios en el panorama inmediato. Los gobiernos, por lo general agobiados -algo que es comprensible para quienes tienen esa responsabilidad- por la gravedad del momento y la pérdida de empleo, tratan de buscar soluciones en el corto plazo sin grandes visiones hacia el futuro. Se confía en exceso en la recuperación internacional para que ésta sirva de tirón de la economía nacional, aunque esto suponga volver a crecer de la misma forma que antes de la crisis y a caer en el fetichismo del crecimiento, como si éste por sí mismo fuera capaz de arreglar los graves problemas existentes. Además, conviene subrayar que un crecimiento como el que hemos vivido en los años anteriores a la crisis creaba una gran contradicción con el medio ambiente y cuestionaba la sostenibilidad a largo plazo de ese tipo de economía, al tiempo que era generador de grandes desigualdades, de privaciones, y promovía enormes disfuncionalidades. Por este camino no vamos a llegar muy lejos.

Las tímidas reformas que se propusieron en el G-20 parece que se desvanecen con el paso del tiempo, aunque de cuando en cuando se retoman algunas cuando se contempla que la economía no avanza con solidez. La reforma a fondo del Sistema Monetario Internacional y de los sistemas financieros nacionales no se está abordando con la profundidad necesaria. No se están estableciendo mecanismos de control y regulación básicos para impedir tanta especulación e inestabilidad.

Hay que reconocer, a pesar de lo dicho, que el gobierno de España está intentando un esfuerzo en la dirección que señalábamos con el proyecto de economía sostenible. Pero aún alabando ese intento, este proyecto se encuentra un tanto inmaduro, le falta una cierta coherencia interna, y no quedan claros la diferenciación entre medios y fines. El papel encomendado a las universidades es muy pobre. No se sabe muy bien qué es lo que se pretende, y convendría mejorarlo notablemente para definir con claridad qué tipo de sociedad y de economía es la que queremos alcanzar.

Es fundamental clarificar cómo se puede avanzar hacia otra economía, en la que el mercado conviva con lo público, pero en la que éste desempeñe un papel más protagonista del que ha tenido en los últimos tiempos, de tanto fundamentalismo de mercado. Qué tipo de mecanismos hay que introducir para lograr una mayor igualdad en derechos, oportunidades y rentas. No se puede hacer del lucro el único motor y la única guía de la economía, sino que es primordial que los derechos sociales y de ciudadanía desempeñen un rol básico. Esto significa desde luego un menor crecimiento, pero con el que se logren distribuir mejor los frutos de ese crecimiento. La búsqueda, en suma, de un desarrollo en el que se pueda conseguir una sociedad mejor, más justa, equitativa y sostenible. Una bella utopía sin duda, y más con lo que estamos viviendo, con tanta mentira, corrupción y deterioro de la democracia. Algunas utopías son de todas formas las que han hecho avanzar la historia por el lado bueno, que por desgracia no es por el que siempre se avanza.