En la actualidad, los partidos políticos responden ante una jerarquía interna

marcada por una dirección ejecutiva profesionalizada que decide –todo ello en base a su elección “democrática” – mientras que la militancia de base simplemente ratifica y ejecuta. De esta forma, los partidos políticos contemporáneos pierden a menudo de vista su principal objetivo- El cambio social y económico de su realidad – que es sustituido por el mero hecho de lograr el poder.

Lo importante ya no es ganar unas elecciones para lograr tener los instrumentos de cambio al alcance de la mano, sino lograr el poder por el poder. Esta pérdida consciente de rumbo tiene como consecuencia efectos de gran negatividad en la ciudadanía tales como el alejamiento de la política de vocaciones de servicio público sinceras y el desplome de las ideas más frescas capaces de oxigenar el cargado aire de la vida pública. En este panorama en donde los partidos políticos se convierten en simples maquinarias electorales los pilares democráticos de los mismos tienen el riesgo de quedar aparcados.

De esta forma, dejan de tener relevancia objetivos tales como hacer de los partidos plataformas de transformación o escuela de valores democráticos. La democracia es sufragio directo, es capacidad de elección en libertad e igualdad de condiciones. Pero así entendida, la democracia puede dar origen a la sorpresa, a lo imprevisible y en definitiva a la incertidumbre. El sentido puro la democracia hace temblar los pilares de las elites que dirigen los partidos políticos, para las cuales el control férreo de las estructuras se presenta como elemento imprescindible de su propia continuidad. ¿Son contrarias las elites políticas al significado real de la palabra democracia?

En la historia, la democracia se desarrolló como antitesis de la oligarquía. La primera representaba el gobierno del pueblo quien a través del sufragio universal y directo determinaba a sus legítimos representantes, frente a ello la oligarquía, el gobierno de unos pocos que marcaban las directrices constantes a la mayoría a través de un sufragio restringido o por mandatarios, fácilmente controlables por los grandes oligarcas.

A lo largo de la historia, ha quedado patente que la democracia cuando ha sido instrumentalizada a través de un procedimiento de elección de sus dirigentes mediante mandatarios ha sucumbido ante la voracidad de las redes clientelares controladas desde las oligarquías de los poderosos, de tal forma que sus cargos estaban asegurados a lo largo del tiempo de manera casi eterna.

En pleno siglo XXI parece que los grandes principios rectores democráticos han dejado de tener eco en el discurso político, los intereses internos de las estructuras de poder de los partidos políticos parecen querer alejar del debate interno ideas tales como : Sufragio Directo, la Limitación de mandatos en determinados cargos, la incompatibilidad de cargos, etc. Hoy los partidos políticos buscan detentar el poder y para ello se embarcan en el frenesí constante de las luchas de clanes internos cuyo único objetivo es lograr ese poder que les permita seguir manteniendo su situación de privilegio.

La llegada a la política española de figuras como José Luís Rodríguez Zapatero han revitalizado la visión de que otra forma de hacer política es posible, si bien toda estructura política de masas como es el caso del PSOE necesita de tiempo para adecuarse a esta nueva forma de hacer política.

La necesaria defensa del sufragio directo de la militancia en los procesos internos o la limitación de mandatos en determinados órganos se presentan como desafíos a abordar por los partidos políticos contemporáneos, con ello se lograran diferentes objetivos tales como la revitalización de la vida interna de los partidos través de debates reales que harán llevar al seno de la estructura de los partidos políticos el eco de la ciudadanía , el impulso en los órganos de dirección de los más brillantes y no de aquellos que mejor hayan cumplido su vasallaje clientelar, el aumento de la credibilidad de la clase política entre la ciudadanía y en definitiva la llegada de la democracia real a todas las estructuras de los partidos políticos contemporáneos.