Si algo puede calificar esta amena obra teatral de Michel Tremblay, dirigida con rigor y frescura por Manuel González Gil e interpretada magistralmente por Blanca Oteiza y Miguel Ángel Solá, es “teatro en estilo puro”.
La historia se inicia con Miguel Ángel Solá en un escenario vacío, el cual se nos presenta como Miguel, él autor de la obra que vamos a presenciar. Desde ese primer momento el libreto se manifiesta inteligente, muy bien elaborado y ensamblado a la perfección. Con constantes guiños o admiraciones a las grandes obras teatrales de la historia de la humanidad.
Solá, logra con naturalidad y sinceridad, sumergirnos en la emoción de lo cotidiano. Este personaje juega entre los momentos en los que se dirige al público rompiendo la cuarta pared y haciendo el papel del narrador de su historia y los momentos en los que mantiene la ilusión interpretándose a sí mismo a lo largo de su vida, desde la infancia hasta la vida adulta.
La réplica en las tablas se la dá la magnífica Blanca Oteyza en el papel de Nana, madre del autor. Nana es un personaje campechano, prototipo de toda madre, algo exagerada y muy charlatana que despierta una sonrisa en el público nada más que aparece regañando al pobre Miguel de once años con un repertorio de frases de lo más ocurrente. Miguel defiende a la perfección el papel de niño curioso que poco a poco va planteándose más cosas que su madre y ésta esquiva las vivas preguntas de la forma más ingeniosa, con un resultado cómico a la vez que dulce y auténtico.
La atención de la sala se mantiene gracias al brillante quehacer de estos dos actores en escena. Pero el trabajo de Miguel Ángel Solá requiere de un cambio de registro impresionante, dado que sin ningún tipo de cambio de vestuario ni caracterización representa no sólo diferentes edades con lo que ello conlleva sino diferentes roles. Durante los momentos en los que Miguel es el “autor”, ayuda con el montaje de la siguiente escena e incluso habla con los tramoyistas. Supone un cambio total de motivación que consigue con maestría. Al hablar de su madre logra transmitir una emoción intensa con los gestos y las modulaciones de voz más sutiles. Hay escenas en las que parece que representa al autor como si estuviera reviviendo ese momento de su vida, como si se tratara de un ejercicio de memoria sensorial vivido con la añoranza de hoy.
Una verdadera delicia para los amantes del teatro, pero sobre todo una oportunidad para conocer lo que es TEATRO con mayúsculas.