Todos los analistas y medios de comunicación se preguntaban si algo así sería posible en España. Y parece que no.
En España se ha instalado un ambiente de confrontación y crispación política inagotable. Da igual de qué tema tratemos o hablemos, pero siempre hay una división irreconciliable entre gobierno y oposición (en este caso, el PP. Hemos de distinguir la actuación de otros partidos políticos que, haciendo oposición, tienen un sentido de Estado y de la Política claramente diferente al PP).
Y la conclusión, lamentablemente, siempre es la misma: entre dos que discuten, ninguno tiene la razón. Pero la verdad no es el punto medio, no es una mitad matemática. Las culpas no se pueden repartir a mitades, pues eso es tremendamente injusto. Y si no que se lo digan al Ministro Gabilondo, a su paciencia, a sus meses de negociación, a sus razonamientos, a su empeño en conseguir un Pacto de Estado, del que el PP ya empieza a desmarcarse.
Hemos de recordar cuando Zapatero era el jefe de la oposición. Vimos varios pactos de Estado y algunos temas que eran de lealtad incuestionable al Gobierno, sin dejar ni siquiera opiniones libres para no crear distorsión. Nunca supimos si a Zapatero le parecían bien decisiones tomadas por Aznar en materia terrorista: porque siempre acató, cerró filas y guardó silencio.
En cambio, la oposición del PP es la misma ahora que antes (cuando Aznar hacía oposición a Felipe). Siempre la confrontación, la crispación, la negación del debate. ¿Por qué? Una mera oportunista cuestión de estrategia, que no de política: conseguir erosionar a costa de lo que sea, cerrar filas entre sus votantes y mantener la tensión electoral permanentemente. Aunque haya asuntos y problemas que requieran lealtad y que España esté por encima del interés partidista.
Podemos hablar de asuntos internacionales, de la Presidencia Europea, de la economía y el paro, de la educación, la cultura, la financiación, la justicia, la memoria histórica, la ampliación de derechos. Cualquier cosa sirve para la confrontación. Los Parlamentos Autonómicos y los Ayuntamientos (donde gobierna el PP) se convierten en munición institucional contra el Gobierno Zapatero. Esta semana hemos visto la protesta de alcaldes del PP: pese a los planes E (1 y 2); los convenios en educación, sanidad, dependencia, infraestructuras; la financiación autonómica y un sinfín de ayudas extras para paliar la crisis y ayudar a los entes municipales.
Allí estaba Rita Barberá, la alcaldesa del PP, que recibe con una mano las mayores inversiones en infraestructuras nunca vistas en su ciudad por el gobierno central, que construirá por primera vez escuelas infantiles municipales porque las paga Zapatero, que ha llenado la ciudad de agujeros y obras pagados por los planes E, mientras que está asfixiada económicamente por su compañero de filas Francisco Camps, que ha dejado la Autonomía más endeudada del Estado español, con un deterioro democrático y moral sin precedentes, con el caso Gürtel a la espalda. Pero es que, para el PP, en política (como en el amor y en la guerra), todo vale.
No es una reflexión partidista, es una queja hecha desde el hartazgo de la manipulación, el todo vale, la crispación y la falta de sentido democrático.
No todos los comportamientos son iguales en política. Cuando se fraguó el PP, se rompió el molde.