El pasado 5 de diciembre, la Organización Internacional del Trabajo presentó en Madrid el Informe Mundial sobre Salarios 2014/2015. Los datos no dejan lugar a dudas. En España, la brecha que distancia a la parte más rica de la parte más pobre de la población se ha incrementado entre un 40%-50%. Es, según informaciones referidas a 2010, el país con mayor nivel de desigualdad social de la Unión Europea y el segundo del mundo, tan solo superado por Estados Unidos.

El desempleo es considerado el principal detonante de esta situación, destacando la OIT que la reducción del poder adquisitivo asciende a un 17%. La realidad es que la pérdida de empleo, junto a la rebaja de los salarios (-1,3% en 2013, mientras en 2007 experimentaron un crecimiento del 1,1%), se concentra entre el 10% más pobre, lo que ha supuesto que este sector social haya experimentado un 43% de disminución en su capacidad de compra. Un hecho que no se ha producido en otros países como Portugal, Grecia o Rumanía, donde al contrario el poder adquisitivo de los más acomodados disminuyó más que en el caso de los más pobres, reduciéndose las diferencias entre rentas.

Si damos por buena la previsión de Pricewaterhouse Coopers, según la cual no será hasta el año 2033 cuando España recuperará el porcentaje de desempleo previo a la crisis, el escenario resulta cuanto menos inquietante. Y junto lo anterior, la degradación del trabajo y la cada vez mayor presencia de trabajadores pobres (12,3% en 2012), especialmente entre los autónomos (35,5% en España, frente al 23% en la Unión Europea) y entre los que tienen contratos temporales (16,2% en 2012 frente al 5,4% de los empleados indefinidos) ha dado lugar, según sostiene el profesor Guy Standing, a la aparición del concepto “precariado”, que posiblemente permita hacer un mejor diagnóstico de contexto. Precariado que lleva de sí la emergencia de actor social caracterizado por la falta de anclajes en el ámbito laboral y por la vivencia de procesos de empobrecimiento y de exclusión social, que cursan con una tendencia a la fragilidad de sus redes sociales/familiares, desmotivación vital, falta de identidad, soledad, enfermedad, posibles conductas anómicas…

Lo anterior lleva a mi mente que hace varias semanas dictó una conferencia en mi Universidad el profesor Andrés Solimano, autor entre otros libros del titulado Elites y Crisis: el capitalismo del siglo XXI. El debate suscitado entre los asistentes fue de extraordinario interés. Una de las reflexiones que se puso sobre la mesa destacó la necesidad de estudiar al capitalismo desde esquemas eventualmente más acordes a los tiempos. Se planteó que si examinamos al capitalismo desde una mirada anclada en el pasado, posiblemente tan sólo seamos capaces de sistematizarlo pobremente, calificándolo, por ejemplo, en términos de capitalismo salvaje o tardío. ¿Es suficiente?, ¿nos permite hacer diagnósticos rigurosos de éste nuestro mundo global a comienzos del siglo XXI?, ¿hace factible articular mecanismos correctivos y de intervención que alteren la previsible deriva de futuro?

Quizá –se planteó en aquel foro- fuera posible dar un paso adelante, construyendo y analizando la realidad desde sus actores principales y que decir tiene que el mundo financiero es pieza protagonista en el actual entramado societario internacional. Y surgen interrogantes para la reflexión: ¿lo ha sido siempre y con la misma intensidad en la historia del llamado capitalismo?, ¿sería factible cimentar un nuevo modelo conceptual que haga posible adentrarnos mejor en lo objetivable?,¿podría ser beneficioso en términos humanos?, ¿les parecería oportuno que pudieran desarrollarse teorizaciones partiendo del concepto de financiarización?

En un escenario de privaciones para sectores cada vez más amplios de la sociedad en el mundo más desarrollado, en concreto, en España las nuevas generaciones son las que se están llevando la peor parte. No en vano el paro juvenil asciende al 56%, y los jóvenes se prestan a trabajar al precio que fuere por adquirir una experiencia que puedan incorporar a sus escuetos currículum profesionales, en caso de que en algún momento hayan podido adquirir experiencia laboral. Personalmente encuentro una contradicción per se la existencia de jóvenes desempleados de larga duración, teniendo en cuenta que muchos de ellos nunca han podido desempeñar empleo alguno. Y doloroso ha de resultar para cualquier ciudadano de bien que cientos de miles sobrevivan de salarios y subsidios que les imposibilita proyectar sus vidas hacia la certidumbre.

No es de extrañar, por tanto, que según la sociedad de gestión de crédito y ahorro Intrum Justitia (http://www.intrum.com/es/) un porcentaje próximo al 50% de los jóvenes españoles piense emigrar allende nuestras fronteras en busca de oportunidades que sienten que su propio país les niega. Así se ha ido confirmando en sucesivos estudios del Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales de la UNED que, años antes de la crisis, comenzó a alertar sobre el binomio juventud versus exclusión social, en un entorno de progresiva problematización de sus circunstancias vitales. No hay duda alguna, la juventud española se encuentra entre las más pesimistas en lo que a su futuro se refiere y piensan que vivirán peor que sus padres.

En ese mismo sentido, una macro encuesta realizada recientemente por el Instituto para la Sociedad y las Comunicaciones de Vodafone destaca que los jóvenes españoles, junto con los italianos, son los que menos confianza tienen en su país a la hora de encontrar empleo. En concreto, tres de cada cuatro de los encuestados consideran que hay más posibilidades de trabajar en el extranjero, especialmente en Europa, y el 58% (el 21% de los alemanes), un 8% por encima del estudio de Intrum Justitia, declara que planea irse de España ante la actual situación en la que se encuentran inmersos. Otro dato que refleja sus percepciones se concreta en que solo el 40% estimaba podrían hacerlo acorde a su formación (66% de los alemanes y 5% de los británicos), independientemente de que consideren que la formación que han adquirido en su proceso educativo les haya capacitado adecuadamente. Además, resulta sintomático que España sea el único en el que “evitar el desempleo”, más allá del salario que puedan percibir, sea la principal razón para incorporarse al mundo laboral y que vean en el autoempleo (40%) una posible salida a su problemática, aunque, desde mi punto de vista, no deja de ser una trampa que arropada desde un determinado discurso ideológico, les arroja también a una auto culpabilidad de sus contextos vivenciales.

Ante esos derroteros a los que algunos quieren conducir a nuestra juventud y a otros grupos desfavorecidos me revelo. Y, desde luego invito a que los estudiosos y sabios de nuestros días articulen nuevas perspectivas y enfoques que permitan escrutar en profundidad y de una manera efectiva las complejas sociedades actuales, con la finalidad de hacerlas más justas y equitativas.