Las predicciones que se han hecho públicas en la recta final de la campaña electoral, en realidad aportan poca claridad sobre lo que puede pasar el 27 de mayo. En el fondo, los diversos sondeos, con sus correspondientes márgenes teóricos de error, apuntan lo que casi todo el mundo sabe: que tanto el PSOE como el PP cuentan con importantes respaldos ciudadanos y que los resultados, hoy por hoy, pueden ser muy ajustados. Incluso allí donde se pronostican cambios, éstos también serán por márgenes estrechos.

Por lo tanto, lo más importante de cara a los resultados del 27 de mayo va a ser la participación. En muchos lugares todo va a depender de las proporciones de electores de uno y otro signo que acudan finalmente a las urnas. La impresión de algunos analistas es que en esta ocasión el electorado conservador está más movilizado que el progresista y que esto puede producir alguna sorpresa de última hora. De ahí la importancia de que los candidatos y los responsables de campaña del PSOE mantengan la cabeza fría y sepan centrarse hasta el último minuto en los asuntos y en los enfoques que puedan incentivar y movilizar en mayor grado a los votantes potenciales de la izquierda, huyendo de las guerras sucias y de las cuestiones personales –o aparentemente personales– que al final pueden contaminar los procesos electorales y crear un clima de negatividades y de líos que siempre desmovilizan en mayor grado a los electores de izquierdas que de a los de derechas, que votan a partir de otras motivaciones diferentes.

En consecuencia, la clave de cara a las elecciones del 27 de mayo es tomar conciencia de que hay que votar y que hay que hacerlo con coherencia política y sentido eficaz de la responsabilidad democrática. Porque –como tanto está insistiendo algún candidato–, si no se vota, al final otros decidirán por nosotros.