Desvinculado de la vida de partido desde hacía más de veinte años, seguía siendo un personaje conocido y reconocido a nivel popular, quizás porque en ningún momento se desvinculó de la vida pública. Siguiendo, hasta su final, la evolución de la política y de la izquierda dentro y fuera de nuestro país, emitiendo juicios y opiniones claros e inteligentes. Peleó con la palabra hasta el final de sus días, siempre del lado de los trabajadores y sectores populares de nuestra sociedad. A pesar del encono con que sus detractores le han venido atacando, incluso hasta después de su muerte, Santiago Carrillo prestigiaba la política.

De lo mucho que puede decirse de él, vale la pena acotar varios hechos relevantes que protagonizó. Porque no sólo tuvieron trascendencia y efectos políticos, sino que el momento de decidirlos exigían inteligencia, sentido de Estado y coraje. Tres facetas que en la política actual se echan de menos.

Apostar, por ejemplo, por la Reconciliación Nacional a mediados de los años 50 del pasado siglo, cuando la brutal represión franquista mantenía en las cárceles a miles de presos, comunistas en su mayoría, mostraba por un lado la inteligencia de asumir que acabar con la dictadura necesitaba del concurso de sectores que se colocaron del lado de los vencedores en nuestra Guerra Civil. Por otro lado, ponía de manifiesto el coraje de enfrentarse a la incomprensión que dentro de las propias filas del PCE podía producir esa propuesta. Propuesta que se plasmó después en realidad, como pudo comprobarse en la Transición.

Otro hecho de singular calado fue enfrentarse a la dirección del Partido Comunista de la Unión Soviética por su responsabilidad en la invasión de Checoslovaquia en 1968, por parte de los tanques del Pacto de Varsovia, abortando la que se conoció como Primavera de Praga. A Santiago le confirmó en su idea de que el bloque soviético entraría en crisis más pronto que tarde. En su libro “Eurocomunismo y Estado” plasmó su concepción sobre la vía plural y democrática de transición del capitalismo al socialismo. Otra vez inteligencia y coraje, tanto para frenar los ataques del poderoso PCUS como para amortiguar los efectos que en las filas del PCE suponía esa crítica pues, como se comprobó después en democracia, la corriente prosoviética del Partido no era irrelevante. Pero el liderazgo de Santiago hizo que en la oposición al franquismo no sólo fuera el PCE el principal protagonista sino que se le conociera, por antonomasia, como “el Partido”.

Su aportación decisiva al tránsito pacífico de la dictadura a la democracia, su visión de que, dada la relación de fuerzas en aquellos momentos, la única forma de conseguirlo era a través de la que se denominó reforma pactada, mostró de nuevo su certera visión política, su coraje y su sentido de Estado.

En este proceso hubo renuncias, tensiones, sacrificios y también firmeza para rechazar la idea de que se concibiera una Transición sin legalizar al PCE.

Priorizó el objetivo de las libertades, la consolidación de la democracia y el ansia de superar dos siglos de luchas fraticidas entre los españoles, sobre cualquier estrecho interés partidario. El coste personal y político que le supuso es conocido.

Vale la pena recalcar esto, cuando hay sectores que, en algunos casos por desconocimiento, critican la Transición olvidando su contexto. Olvidando la lucha y el sacrificio de miles de personas, sin las que no hubiese sido posible. No dándose cuenta de que, ahora, son algunos sectores del PP y la extrema derecha los que están haciendo una revisión a fondo de los resultados de ese período, bajo el argumento de que la Transición se hizo excesivamente condicionada por la izquierda.

Pienso que la mayor parte de nuestros compatriotas le han reconocido a Santiago su fundamental aportación en pro del progreso y la convivencia en la España plural de la que formamos parte.