Previsibles son los nombres de los ministros (más o menos, porque siempre existe alguna sorpresa). Previsibles son las declaraciones que Rajoy viene haciendo desde que ganó las elecciones. Previsible fue su intervención en el debate de investidura. Previsibles son sus todavía continuas obviedades. Previsible es que Rajoy seguirá la estela del gobierno Zapatero en las medidas tomadas, así como los mandatos “a pie juntillas” de la Sra. Merkel. Previsible es que no hay varita mágica para la solución del desempleo en España, y que es el principal problema de nuestra cohesión social y del bienestar de las personas.

También es igualmente previsible el cambio de clima político que se comienza a respirar en España. Siempre ha sido así en las diferentes etapas de alternancia política, porque el PP y el PSOE no tienen el mismo estilo de oposición (basta recordar cuando Aznar hacía oposición a Felipe, o cuando posteriormente Zapatero hizo oposición a Aznar). Por eso, cuando los analistas mediáticos hablen ahora de “tranquilidad”, “consenso”, “espíritu de colaboración”, deben resituar bien los méritos y valorar adecuadamente que ni el PSOE ni sus candidatos utilizan la “oposición destructiva” como elemento político, muy diferente al estilo que utilizó el PP hasta llegar a la Moncloa.

Previsibles son también las piedras en el camino que se encontrará Rajoy durante esta andadura: no será el PSOE que inicia ahora un duro camino de reorganización interna; no será tampoco la izquierda plural y fragmentada del Parlamento porque, por mucho que tosan, la mayoría absoluta la tiene el PP.

Previsible es que su confrontación principal la encontrará con la derecha más dura de su propio partido que estará rumiando entre dientes la desconsideración de Rajoy con algunos políticos de raza (¿qué pensará hoy Esperanza Aguirre de los nombramientos?), cuyo azote ya ha comenzado por algún comentarista de corte fundamentalista. Así como previsible es que Rajoy todavía se encuentre con inmorales e ilegales fardos de corruptelas que irán estallando, productos de la época dorada de algunos mandatarios que se han creído imbatibles, y que hoy y mañana se sentarán en el banquillo.

Pero lo preocupante está en lo imprevisible. En las preguntas que todavía no tienen respuesta, en el futuro más que incierto que nos depara el año 2012.

La verdadera agenda de Rajoy está en lo desconocido:

– ¿Qué papel le espera a la Democracia cuando la Política está perdiendo el pulso frente el mercado?

– ¿Cómo reconstruiremos una Europa que cada vez supone mayor frustración para la inmensa mayoría de ciudadanos que no entienden las medidas que se toman?

– ¿Cómo recuperaremos el control del mercado financiero y especulativo cuando al frente de los gobiernos, de forma directa o indirecta, está ubicándose el poder de los Goldmann Sachs o Lehamn Brothers?

– ¿Cuánto aguantará la gente que se ve, en mayor medida y a pasos rápidos, excluida del sistema, rozando el nivel de subsistencia, sin ayudas ni coberturas, sin empleo para hacer frente, y con un encarecimiento de las prestaciones a cambio de contener el déficit?

– ¿Cómo impediremos que no siga abriéndose la brecha social, cuando lo más inmoral que está ocurriendo es que hay quienes ganan mucho dinero a costa de la desgracia colectiva?

Lo difícil en esta etapa es lo imprevisible que lamentablemente ocupa el futuro más inmediato. Y para solucionarlo no servirán las medidas y acciones previsibles. No basta repetir frases huecas y obvias: “para combatir el desempleo, hay que generar empleo” o “España necesita confianza”, con las que Rajoy he llegado a la Moncloa. Como decía Albert Einstein, “si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”. Y mucho me temo que lo “previsible” no puede ser parte de la solución.