La situación hoy es dramática para millones de españoles que ven, con asombro y angustia, como el Gobierno que debería trabajar al servicio del interés general de la sociedad, está al servicio de unas elites financieras que solo pretenden sacar más y más beneficios utilizando como nueva palanca la santificada austeridad. Una austeridad, que enriquece aún más a una minoría, pero que trae sufrimiento, pobreza, desempleo y menos derechos a la inmensa mayoría de las personas.

¿Qué hacer? piensan muchos ciudadanos. Unos reniegan de la política y los políticos y no participan. Les han llevado a una apatía democrática que beneficia a la minoritaria y poderosa élite económica. Otros, cuestionan el sistema democrático en el que confiaron y del que se alejan al mismo ritmo que ven cómo van frustrándose sus esperanzas de disfrutar de una vida digna y feliz. Y una minoría se moviliza exigiendo responsabilidades a sus gobernantes, demandando cambios democráticos y nuevas respuestas a los problemas actuales.

En este punto, ante tanto recorte de derechos, ante tanta desigualdad y exclusión, y ante tanta tensión social, es necesario detenerse un momento. Es verdad que estamos en una grave crisis económica que es preciso superar lo más rápidamente posible. Pero la crisis no es el problema de fondo. La cuestión clave es qué modelo de sociedad queremos y qué lugar ocupan en ella las personas y el dinero. Porque de lo contrario, se pueden mantener las situaciones de privilegio y, al mismo tiempo, ir parcheando la realidad con soluciones puntuales ante la presión de determinadas reivindicaciones sociales. Sin la visión global, se irá construyendo un Frankenstein social, que nace de buenas y justas intenciones y propósitos para acabar siendo inviable política, social y económicamente. Lo que además de generar mayor frustración puede acabar con la democracia y con las políticas de justicia social.

Por tanto, la clave está en si somos capaces de saber en qué sociedad queremos vivir, para a partir de ahí, establecer las acciones que permitan hacer realidad ese modelo de sociedad en el presente y en el futuro de la humanidad. Europa lo entendió a la perfección tras la Segunda Guerra Mundial y desarrolló el Estado de Bienestar para incrementar la igualdad entre los ciudadanos, dentro de una sociedad donde la paz y la libertad eran los otros dos grandes objetivos. Igualdad y democracia. Democracia e igualdad.

¿Sigue estando vigente ese sueño colectivo que se consiguió construir en Europa y hoy se está destruyendo? Si la respuesta es afirmativa, y lo es para la inmensa mayoría de las personas, hay que tener claro el modelo. Hablamos de una sociedad que desea establecer la justicia, la libertad y la seguridad. Hablamos de garantizar la convivencia democrática conforme a un orden económico y social justo. Hablamos de asegurar a todos una digna calidad de vida a través del progreso económico. Hablamos de proteger los derechos humanos y establecer una sociedad democrática avanzada. Hablamos de fortalecer la paz y la cooperación. Y por supuesto, hablamos de que todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio.

Lo anterior, es lo que desea la mayoría de los ciudadanos y lo que aparece en las Constituciones, pero está a años luz de lo que hacen los Gobiernos en España y en Europa. Se constata una terrible realidad antidemocrática: existe un divorcio entre los deseos de los ciudadanos y lo que hacen sus gobiernos. ¿Cómo corregirlo? Avanzando democráticamente en la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos y exigiendo el cumplimiento legal de las promesas electorales con que se presentan los partidos políticos a las elecciones, entre otras cuestiones.

Este modelo de sociedad, que parte de la superación del modelo de capitalismo financiero globalizado, corregirá el incremento de las desigualdades de renta que se han producido de manera constante en las últimas décadas. Es un modelo de crecimiento con distribución, que ya ha demostrado empíricamente que en las sociedades donde se lleva a cabo, las diferencias de renta entre ricos y pobres es menor, la seguridad, el bienestar y la esperanza de vida son mayores.