Sin embargo, en las próximas elecciones podríamos estar ante un fallo de pronóstico debido básicamente a tres razones. La primera de ellas es de carácter técnico, ya que los pronósticos que se están realizando se sustentan en proyecciones e interpretaciones que pueden ser erróneas. Y, sobre todo, en el caso de la Encuesta del CIS el problema es que una parte de los trabajos de campo se realizaron antes de que Rodríguez Zapatero anunciara su renuncia a presentarse a un tercer mandato. Lo cual es en estos momentos una variable muy importante del comportamiento electoral, como ya han mostrado los datos de varias Encuestas de urgencia que se hicieron en los días posteriores a tal anuncio. Encuestas que resultan un tanto llamativas, ya que lo habitual es que los factores de neutralización de los desgastes personales operen más lentamente y generalmente en concurrencia con otras variables políticas y de liderazgo, que en el caso del PSOE aun no han sido despejadas.

La segunda razón de un posible fallo en los pronósticos es de carácter dimensional. Es decir, la mayor parte de las estimaciones de “pérdidas” del PSOE se sustentan en la “variación” de sólo uno o dos diputados o concejales. Por lo tanto, bastarían unos pocos votos para que algunos escaños pasaran de uno a otro partido, convirtiendo las victorias auguradas de unos en permanencias de otros al frente de determinadas Alcaldías y Comunidades Autónomas. Por lo tanto, hay que relativizar algunos de los pronósticos que se están haciendo prácticamente sobre el filo de una navaja, como decían nuestros mayores.

Finalmente, un tercer tipo de factores que pueden alterar los pronósticos son los de carácter político. En este sentido no hay que descartar tampoco que la propia imagen exultante de victoria aplastante del PP, unida a las exageraciones y destemplanzas de varios de sus líderes y candidatos, acaben dando lugar –nuevamente– a la removilización de una parte del actual electorado pasivo y desencantado del PSOE. Desde luego, es bastante lo que el PSOE podría hacer en el plano político a lo largo de la campaña electoral para recuperar y motivar a este electorado potencial socialista, aunque no estoy seguro de que en todos los casos lo esté haciendo. Y, sobre todo, que lo esté haciendo bien. Pero ese sería eventualmente un problema de la campaña como tal.

En cualquier caso, hay que ser conscientes de que la situación para el PSOE en estos momentos no es fácil y que en algunos lugares no se ha sabido –o no se ha querido– sumar todas las fuerzas y voluntades necesarias como para fortalecer al máximo las posiciones propias. Asimismo, existen importantes factores económicos de contexto y procesos de desgaste añadidos que no son fáciles de compensar. Por ello, una campaña con capacidad para cambiar las cosas no debería descansar básicamente en la contrapropaganda sobre el adversario, ni en graciosas ocurrencias publicitarias más o menos capaces de atraer la atención del público, pero sin gran contenido político. Ni tampoco en un protagonismo excesivo del líder que va a retirarse. Sino que, más bien, tal como están las cosas en España y en el mundo, el PSOE tendría que ser capaz de desarrollar una campaña muy coherente ideológica y políticamente. Una campaña sustentada en propuestas socialdemócratas y keynesianas para superar la crisis, que sean capaces de transmitir a la opinión pública elementos de seguridad en el futuro y de convicción en que hay salidas y que no estamos condenados a la fatalidad de los recortes, el paro y los retrocesos económicos, políticos y sociales.

Obviamente, para que una campaña de esta naturaleza tenga capacidad de impregnación, y pueda rectificar en profundidad las derivas de confusión, pesimismo y retraimiento electoral de ciertos votantes, se necesitan garantías de fiabilidad y coherencia que va a costar un poco trabajar. Pero aun así, no habría que descartar que de aquí al 22 de mayo se puedan producir algunas rectificaciones y modulaciones en los pronósticos más exagerados. Aunque no va a ser fácil.