¿Cuáles son las reacciones que hasta ahora se pueden constatar ante esta deriva fatal? Lo que predomina es la indignación, aunque muchas veces ésta se manifieste de manera sorda, en forma de resentimientos latentes y contenidos. Y, sobre todo, lo que se impone es el miedo. El miedo a que las cosas puedan ponerse aun peor. Por eso muchas personas permanecen paralizadas por un terror similar al que produce el silbido de una serpiente que se alza de pronto ante nosotros. De ahí que la indignación subyacente no se traduzca -¿de momento?- en grandes movimientos de protesta y de contestación ciudadana. Habrá que ver, sin embargo, qué ocurrirá cuando pase esta primera fase de parálisis ante el silbido de la serpiente.

Los estudiosos del comportamiento humano saben que la combinación del miedo, la frustración y la falta de explicaciones (o racionalizaciones) de la experiencia social y vital pueden conformar un cóctel explosivo. Durante la Gran Depresión, el clima político y psicológico evolucionó hacia un ambiente en el que se impuso la lógica de la sumisión a poderes autoritarios y carismáticos que prometían soluciones cuasi-mágicas y que proporcionaban un marco de compensaciones emocionales internas, con chivos expiatorios incluidos.

Después de las experiencias dictatoriales, con toda su secuela de horror, guerra y destrucción, varios analistas prestigiosos intentaron explicar cómo había podido incubarse aquello. Los sociólogos y psicólogos de la Escuela de Frankfurt, por ejemplo, escribieran libros seminales sobre este tema -entre ellos ‘El miedo a la libertad’, de Erich Fromm y ‘La personalidad autoritaria’ de Adorno, en los que desvelaron cómo en países aparentemente muy cultos y civilizados se fraguó, sobre todo entre las clases medias en declive, un nuevo tipo de personalidad autoritaria que era capaz de renunciar a su libertad (y a la de los demás, por supuesto) para someterse a la voluntad de un jefe capaz de sacarles del pozo de la crisis y de las angustias de la incertidumbre.

En nuestras sociedades, en cambio, parece que lo que se está dando -de momento- es una exigencia de mayor fiabilidad y calidad democrática y no una reivindicación de “jefes que sepan lo que hay que hacer y decidan por nosotros”, según se reflejaba en uno de los ítems de la Escala ‘F’ con la que los frankfurtianos pretendían identificar y medir la “personalidad autoritaria”.

Pero lo que no está claro -también de momento- es si esa reclamación de mayor autenticidad democrática logrará traducirse en algo concreto y viable, o más bien se agotará en el campo de lo testimonial y declarativo, mientras que la dinámica política concreta continúa su propio camino, al margen de lo que piensan millones de ciudadanos indignados y perplejos que se sienten mal tratados y que consideran que no se está contando con ellos para ver cómo se sale del agujero.