Pero, más allá del cálculo táctico y coyuntural, ¿qué busca ETA? ¿De verdad consideran factible sus dirigentes obtener un rendimiento político mediante la extorsión a la sociedad y al Estado español? No pueden ser tan ingenuos. Por muy ciegos de violencia que estén, han de saber que jamás obtendrán cesión política alguna ante la estrategia del terror en la Europa del siglo XXI. ¿Pretenden apretar las clavijas para mejorar las condiciones de su salida? Desde luego, no parece este el camino más inteligente. Cuantos más muertos y más bombas pongan encima de la mesa, más difícil pondrán al Gobierno de turno el buscar una salida aceptable para los miembros de la banda, los encarcelados y lo que están por encarcelar.

Quizás algunos de los iluminados que están al frente de la banda buscan emular la expresión mesiánica que el terrorismo islamista y grupos como Al-Qaeda representan para la desesperación de grandes colectivos en Palestina, en Afganistán o en Irak. Pero cualquier comparación entre la situación del País Vasco con estas zonas en conflicto resulta ridícula. Más allá de toda reivindicación independentista, por legítima o mayoritaria que fuera (que no lo es), nadie en su sano juicio puede negar que la sociedad vasca es hoy una sociedad desarrollada y próspera, con un nivel de autogobierno sin parangón en otras regiones de Europa y del mundo (incluidos los Estados federales) y con unas condiciones socioeconómicas por encima de la media de España, la supuesta potencia ocupante y extorsionadora, según la retórica etarra.

Todo parece indicar que el grupo dirigente de ETA, cada vez con más sensación de aislamiento social y de acorralamiento policial, se encuentra atrapado en una espiral de violencia y sinrazón que solo puede llevar al suicidio colectivo. Sin referencias políticas viables, con una base social cada día más mermada, acosada por las fuerzas de seguridad, la banda se encierra en sí misma, sin más estrategia que la de la pura supervivencia.

Por desgracia, incluso en estas condiciones de franco deterioro, un puñado de locos asesinos son capaces de generar desgracia y dolor. Desde el Estado de Derecho solo cabe perseverar en la acción coordinada y eficaz de la seguridad pública y la unidad de las fuerzas políticas democráticas para restar cualquier átomo de oxígeno que pudiera alimentar su locura.