Esta actitud policial y la falta de sensibilidad gubernamental hicieron que las protestas crecieran. Al día siguiente, el número de manifestantes creció, convocados por las redes sociales; el día 30, la policía asaltó los campamentos instalados, lo que provocó más protestas en la calle, uniéndose cantantes y actores; el día 31, la policía provocó más de 100 heridos. Las protestas se extendieron a Ankara y Esmirna.
El 1 de junio los manifestantes cruzan el Puente del Bósforo para unirse a los de la otra parte de Estambul. Miles de manifestantes se reúnen en Antalya y en Ankara. El día 2, la policía tomó los puentes de Estambul, y se produjo el primer muerto. El día 3, la rebelión es incontrolable. Se unen los sindicatos y se convoca una huelga de dos días. El día 4, las protestas se extienden por todo el país. El día 5 se detienen a 25 manifestantes. El día 6, Erdogan realiza un incendiario discurso en el aeropuerto de Estambul. El día 7 se unen varios grupos musulmanes a la protesta. El día 15 las dos centrales sindicales mayoritarias convocan huelga general contra el gobierno.
Hoy mismo, podemos leer en la prensa internacional que la protesta continúa, ahora con una nueva forma: los “indignados turcos” están de pie y en silencio. Turquía está a punto de cumplir tres semanas de protestas masivas, han muerto cinco personas, y más de 7.800 han resultado heridas (59 de ellas de gravedad). Y el estallido social se originó por querer convertir un parque público en un centro comercial.
Brasil lleva 12 días de protestas sociales. Los manifestantes han conseguido su primera victoria: que no se aumente el transporte público en 20 céntimos de real (menos de 0,7 euros). Aunque no se ha conseguido frenar las movilizaciones.
Lo que empezó con una protesta por la subida del autobús, se ha convertido en una movilización ciudadana sin precedentes, en protesta por las condiciones de desigualdad y los recortes en medidas de educación y sanidad para cubrir otros gastos como los previstos en el Mundial de Fútbol.
Si el 7 de junio se congregaron 1.500 personas en Sao Paulo protestando por la subida de tarifas, el pasado lunes 17. 250.000 personas salieron a la calle, algo que no se recordaba desde hacía dos décadas.
Es innegable la perplejidad y desconcierto que las manifestaciones en Brasil han producido tanto dentro como fuera de país. Multitudes de personas, mayoritariamente jóvenes, convocados por las redes sociales, han salido a la calle bajo el grito de “Queremos cambiar a Brasil”.
¿Es incomprensible lo que está ocurriendo? ¿O es fruto de un mayor conocimiento, de una mayor información, de una mejor y más rápida forma de comunicarse, que ha podido canalizar el hartazgo ciudadano? Hasta ahora, los ciudadanos en silencio han visto crecer la globalización como algo ajeno a sus intereses y bienestar; países que han mejorado sus condiciones de vida, como el propio Brasil, ven también crecer las desigualdades, a medida que aprovechados, oportunistas o simples capitalistas multiplican sus fortunas, en torno a megaproyectos que necesitan mucho dinero para mantener “imagen y poder externo” (algo que conocemos bien en España).
La tensión global que el capitalismo está generando en el planeta está descosiendo las costuras. No basta sólo con las migajas del crecimiento, sino que se necesita un reparto más justo y equitativo. No basta con alimentar los estómagos hambrientos si otros se lucran de forma inmoral e incluso ilegal.
Si el capitalismo especulativo utiliza las herramientas de la globalización para engrandecer su poderío, los ciudadanos también han aprendido a utilizarlas: las redes sociales son el instrumento de conocimiento y comunicación que se han convertido, como dice Manuel Castells, en “Redes de indignación y esperanza”.
La causa global que hoy nos une a todos, por encima de fronteras y países, es la desigualdad. Una desigualdad cada vez mayor, más injustificada, más insultante y menos aceptada.
Dice Josep Fontana en su último libro “El futuro es un país extraño”:
“En palabras de Michael Klare, lo que nos espera en las próximas décadas es un mundo con temperaturas en aumento, sequías persistentes, repetidas escaseces de alimentos, y cientos de millones de gentes famélicas y desesperadas – . Quienes se benefician de esta situación, han podido endurecer las reglas de la explotación como consecuencia de que no ven en la actualidad un enemigo global que pueda oponérseles, y controlan sus entornos con una combinación de adoctrinamiento social y represión de la protesta. Pero tal vez no hayan calculado que los grandes movimientos revolucionarios de la historia se han producido por lo general cuando nadie los esperaba, y con frecuencia, donde nadie los esperaba. Pequeñas causas imprevistas han iniciado en alguna parte un fuego que ha acabado finalmente extendiéndose a un entorno en que muchos malestares sumados favorecían su propagación. El mundo del siglo XXI es un lugar con muchas frustraciones y mucho rencor acumulados, que pueden prender en el momento más inesperado”.
En Turquía, todo comenzó por la defensa de un Parque; y en Brasil, por la subida del autobús.
¿Qué será lo siguiente?