Los mismos medios de comunicación social que no paran de clamar –con razón- frente a las medidas que viene tomando Maduro contra diversos líderes de la oposición venezolana, han pasado de puntillas sobre las palabras con las que Mariano Rajoy puso punto final a su dura confrontación con Pedro Sánchez en el último Debate sobre el Estado de la Nación.

Lo cierto es que cualquiera que tenga una mínima sensibilidad democrática y un adecuado respeto a las normas del parlamentarismo no puede dejar de inquietarse cuando ve que un Presidente de Gobierno, con gesto agrio, le espeta al líder del principal partido de la oposición lo siguiente: “¡No vuelva usted aquí a hacer y decir nada! ¡Ha sido patético!”.

Muy fuera de sí debía estar el otrora imperturbable Señor Rajoy para perder de esa manera el control de sus palabras. O, ¿acaso lo que ocurrió es que, llevado por los nervios, dejó que afloraran freudianamente determinadas pulsiones políticas profundas que hasta ese momento mantenía soterradas? Sea como sea, lo que sucedió en el Debate sobre el Estado de la Nación no deja de ser preocupante, y trae a la memoria infaustos recuerdos no tan lejanos, como aquel “¡Se sienten, coño!”, o “¡Se callen, coño!”. Ahora, el Señor Rajoy parece que lo que quiere es que se calle el líder del principal partido de la oposición.

Es posible que el Presidente Rajoy estuviera especialmente nervioso en aquellos momentos viendo cómo la fantástica historieta de un país de cuento de hadas, que habían pre-fabricado sus muy audaces colaboradores y asesores de imagen, se venía abajo como un castillo de naipes ante las contundentes y convincentes argumentaciones de Pedro Sánchez. O quizás estaba especialmente sensible debido a las últimas encuestas auténticas (sin cocinar) que había conocido, o quizás se encontraba muy preocupado por las derivas inminentes de algunas causas judiciales, o se sentía abrumado ante la imposibilidad de continuar llevando a este país por una senda cada vez más rechazada por la mayoría de los españoles…, o lo que fuera. Pero, en cualquier caso, ni un Presidente de Gobierno de un país serio y moderno, ni un líder de un partido democrático puede pronunciar tales palabras sin pedir inmediatamente disculpas, ni aclarar –o rectificar- tan insólitas afirmaciones. No solo disculpas y aclaraciones ante Pedro Sánchez y el PSOE, sino ante todo el país.

Una famosa alcaldesa ha pedido disculpas inmediatamente después de un reciente farfulleo impropio, al que los medios de comunicación social han prestado mucha atención. ¿Por qué no han hecho lo mismo ante una descalificación tan insultante e inaceptable y ante una frase que –si no se rectifica y aclara- tiene un alcance terrible y atemorizador?

Por lo demás, el último Debate sobre el Estado de la Nación de esta legislatura ha presentado los mismos rasgos devaluados que otros debates anteriores: una falta de altura política y entidad de los gobernantes del PP, que en ocasiones más bien parecen contables de segunda, ensimismados en presentar unas cifras y balances que guardan escasa relación con la realidad (“síndrome de la fantasía cuantitativista desdibujada”); un abuso de unos modos agresivos y destemplados en la bancada popular, desde la que no se para de interrumpir y zaherir al líder de la oposición, hasta el punto que el propio Presidente del Congreso (de su mismo partido) les tiene que reñir reiteradamente y pedirles que escuchen con el mismo respeto que los demás escuchan a Mariano Rajoy (“síndrome del matonismo intimidador”); una práctica poco respetuosa de abandonar masivamente la sala cuando hablan los portavoces de los partidos pequeños (“síndrome del comportamiento desatento”, del que la Señora Villalobos se lleva la palma, entreteniéndose con videojuegos mientras habla “su” Presidente); una tendencia excesiva a los planteamientos afirmativos-declarativos-voluntaristas frente a la necesidad (sentida y demandada por los ciudadanos) de resaltar más las propuestas y las alternativas debidamente explicadas y concretadas (“síndrome de la inconcreción”), etc.

En definitiva, estamos ante unos debates que han venido perdiendo rigor y nivel político, y que corren el riesgo de suscitar cada vez menos interés y atención entre la opinión pública. Prueba de ello es que en el Informativo de la noche de alguna importante cadena de televisión el segundo día del Debate ocupó un tercer puesto, detrás de los riesgos de desbordamiento de diversos ríos (lo cual no es ninguna broma) y del acto de presentación en Madrid de la candidatura de Ángel Gabilondo a la Presidencia de la Comunidad de Madrid.

En esta ocasión, el contraste ha sido la intervención de Pedro Sánchez –valorada muy positivamente en las encuestas-, que ha demostrado sus cualidades de buen parlamentario, que no se ha arrugado, ni puesto nervioso ante el “estudiado” matonismo insultante de la bancada popular, y ha sabido plantear, en la encorsetada estructura de estos debates, las cuestiones que más preocupan a los ciudadanos españoles en estos momentos, con firmeza, solvencia y contundencia, pero con temple, sin dejarse arrastrar por la práctica de la agresividad inmisericorde y total de otros. Algo que a muchos españoles nos da miedo.

Por eso, creo que la principal conclusión y demanda resultante de este Debate no puede ser otra que pedirle al Señor Rajoy que se tranquilice, que rectifique, que pida disculpas y camine inequívocamente por la senda de la cortesía parlamentaria, las buenas formas y el aceptar perder con dignidad y templanza, sin perder la compostura. Si lo hace así, todos –y el Señor Rajoy el primero- ganaremos mucho. Y, sobre todo, ganaremos en términos de una buena funcionalidad democrática.