En cuanto al tema financiero, la banca española hace rato que está en la UVI del Banco de España y/o del Banco Central Europeo (BCE), de modo que se la puede considerar nacionalizada, porque sobrevive gracias al dinero público, sin que sus accionistas sufran ningún menoscabo y sus ejecutivos aún menos. En cambio, la sociedad civil sí que padece el práctico bloqueo del sistema financiero, pues el crédito no fluye si no es con el apoyo estatal. Por su parte, el BCE, a base de prestar liquidez infinita a tres años al 1% anual a los bancos privados de la eurozona, en lugar de comprarles activos, sólo gana tiempo y difiere el saneamiento de los balances de la banca europea (que está ocurriendo a un ritmo muy inferior al llevado a cabo por Estados Unidos desde 2008). Eso sí, reporta pingües beneficios a la banca, pues ésta invierte ese dinero en bonos del Estado, cuya prima de riesgo no baja por la confianza, sino por estas compras endogámicas masivas, que en realidad conectan peligrosamente el riesgo privado con el público.
En lo laboral, nadie podía negar la necesidad de flexibilizar la contratación, pero desproteger casi totalmente a los trabajadores, mediante unas causas “objetivas” de despido de risa, que son una patente de corso para empresarios ineficientes, es una injusticia flagrante; al igual que dejar a los empleados en la penuria salarial mientras recurren la procedencia de su despido. También es grave permitir el despido libre durante un período de prueba que alcanza hasta un año. Seguramente, una cosa y otra generarán firmas expertas en la rotación anual de una fuerza de trabajo mal retribuida y por esta vía, causarán la segmentación del mercado laboral entre asalariados de élite y aquellos otros con emolumentos precarios y cercanos al nivel de subsistencia.
No hay duda de que la acción conjunta de los tres ajustes comportará una fuerte y duradera reducción del consumo, pero además agravará la destrucción del tejido empresarial mayoritario, es decir, aquel que conforman las empresas pequeñas y medianas y que es muy difícil de regenerar. Cabe preguntarse entonces qué hacen en Europa por nosotros y la respuesta es simple: empeorar la situación. La zona euro en conjunto está en recesión, sin embargo las instituciones que la gobiernan en lo económico continúan exigiendo austeridad a toda costa, mientras que el BCE, en parte incapacitado y en parte por convicción, interviene demasiado tarde y de modo insuficiente. La crisis griega va para largo y Alemania continúa con su política de castigo y empobrecimiento del vecino, sin que a nadie se le ocurra pedir sanciones ni exigir compensaciones, a pesar de que su consumo empieza a contraerse y su gigantesco saldo exterior positivo casi alcanza el 6% de su PIB.
El discurso político-económico y el “statu quo” que nos hundieron en 2008, están detrás de la situación extrema en que nos hallamos entrampados, pero no nos quejemos, porque les acabamos de otorgar la mayoría absoluta. Sólo queda un resquicio de esperanza: ¡Que Merkozy pierda las elecciones!