He oído muchas quejas y pocas propuestas. Quizás, porque lo de las propuestas es mucho más complicado, aunque el PP (con Rajoy) a la cabeza se dediquen a descalificar, a decir “no y no”, pero con la mirada puesta en el retrovisor intentando volver a los años del enriquecimiento fácil y rápido basado sólo y exclusivamente en la construcción. Pero eso ya no es posible ni deseable.

La época “dorada” de Aznar fue la época del mayor boom urbanístico que hemos vivido en este país. Se construía sin parar, en pueblos, ciudades, costas y montañas. El Estado se descargó de toda responsabilidad de ordenar el territorio, de vigilar la planificación, de buscar fórmulas y estrategias productivas, de invertir en la formación de futuro; el gobierno Aznar no tenía necesidad de mirar al futuro, mientras exprimiera la “gallina de los huevos de oro”.

Cuando viajábamos por Europa, no veíamos grúas y grúas, y más grúas, por doquier. ¿Qué en Europa no se construye? Aquí se trabajaba en la construcción a destajo como si acabáramos de salir de una guerra con un paisaje devastado. Pero no era así. Por eso han existido consecuencias:

– Que España construyera el 40% de toda la vivienda de Europa no era un fenómeno normal.

– Que al mismo tiempo que la vivienda aumentara exponencialmente su oferta subieran los precios llegando a ser impagables para los jóvenes en busca de su primera casa no era una lógica del mercado entre la oferta y la demanda, sino de la especulación.

– Que no hubiera territorio protegido y todo fuera urbanizable por ley era la perversión de la obligación del Estado sobre su territorio.

Y como construir era fácil, daba dinero rápido, se vivía por encima de las posibilidades, y no hacía falta prepararse ni formarse, nos hemos encontrado con una generación que alimenta las colas del desempleo:

– los inmigrantes ya no encuentran salida en la construcción.

– Y los jóvenes que trabajaban en esta área se ven ahora cobrando el paro y con difícil salida laboral pues la formación alternativa brillaba por su ausencia.

Durante el boom urbanístico, al gobierno del PP no le interesó realzar otros sectores, por eso, fue bajando la inversión y el futuro en la agricultura, o en la industria, o en la investigación. Los sectores alternativos, daba igual que fueran tradicionales o novedosos, no daban tanto dinero como la construcción.

De repente, surgió una nueva élite social formada por un nuevo empresariado: el todopoderoso constructor, que además ha exportado sus tentáculos hacia los nuevos fenómenos de negocio: como el fútbol. ¿Nadie más que un constructor puede ser presidente de un club de fútbol?

Y, por supuesto, el dinero fácil y rápido trajo también en los ayuntamientos, da igual de qué color político, un crecimiento en las arcas municipales nunca visto, sobre todo, en los bolsillos de algún alcalde o concejal, de cuya decisión dependía que el planeamiento urbanístico fuera de una u otra manera. ¿Cómo no iban a circular maletines, sobornos, y corrupción?

La Comunidad Valenciana es un claro ejemplo de las consecuencias de esa política: degradación del territorio, denuncias europeas, abusos urbanísticos, viviendas vacías, el mayor aumento del desempleo, la caída en las inversiones municipales, corrupción escandalosa, y… hasta algún asesinato, como el caso de Polop, por motivos urbanísticos.

No, no se puede volver atrás. La construcción debe volver a ser un negocio limpio, honesto, creíble y planificado.

La “gallina de los huevos de oro” ha traído también esta inmoralidad política y social. ¿O no lo piensa así el PP?

Ya sé que por ley no se modifica una situación, pero es imprescindible para sentar bases legislativas y culturales, para que exista compromiso social, para que se sienten las bases sobre las que trabajar. Una ley no arregla la violencia de género, ni evita la frustración de un divorcio, ni soluciona la discriminación homosexual, ni esconde el drama de un aborto. Pero sin leyes, no hay compromiso político y social.