Ambos -y gran parte de la opinión pública británica- rechazan el compromiso alcanzado en el Parlamento Europeo de cara a los pasados comicios del 25 M, en virtud del cual el vencedor a nivel europeo debería contar con el apoyo del Consejo (esto es, de los Gobiernos) para convertirse en Presidente de la Comisión. Sin vergüenza, el Gobierno británico o alguno de sus aliados en la prensa, sostienen que el incremento de los poderes del Parlamento Europeo está dañando profundamente a la democracia (sic) y que apoyar a Juncker “impediría la reforma de la Unión Europea”.
Este asunto de ” la reforma” es uno de los pretextos más infame, cínica y oportunisticamente manejados por Londres. No únicamente para bloquear a Juncker sino, sobre todo, para impedir el progreso de la Unión Europea justamente en la dirección que su propio nombre indica: la Unión. Y de paso para mantener en secreto el proceso hasta ahora utilizado por los jefes de Estado y de Gobierno para designar -sin luz ni taquígrafos- al Presidente de la Comisión. Desde que en 1973 Londres abandonó la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA) e ingresó en la entonces Comunidad Económica Europea (CEE), su intención no declarada era la de convertir a ésta en una nueva y más potente EFTA. Nada de unión política, económica o social. Sobre todo, comercial. Al no haberlo conseguido, un Londres siempre insatisfecho, quejoso y renuente hacia Bruselas, ha visto una nueva oportunidad de asalto con el tema Juncker. Oportunidad y oportunismo para imponer sus tesis. El método consiste ahora -por increíble que pueda parecer- en propalar acusaciones falsas, absurdas o estrambóticas, pero que, lamentablemente, pueden tener efecto en sectores tradicionalmente proclives (y son muchos) a considerar con recelo lo que llega del otro lado del Canal (quienes sempiternamente han mantenido aquello de “Hay niebla en el Canal. El continente está aislado”). Asíse sostiene que “el nombramiento de Juncker politizaría la Comisión Europea” (primer ministro Cameron) o simplemente se asegura que Juncker es el líder ultrafederalista que quiere conducir a Europa hacia un Estado superfederal, lo que en Inglaterra implica mencionar el averno.
Se asegura que es imprescindible un pensamiento fresco, renovado, que se oponga a “los fanáticos de la Unión Europea”, entendiendo por tales a quienes (Juncker, pero también los socialdemócratas, liberales, verdes y otros no británicos) preconizan una vía paulatina hacia una mayor unión política, económica y social y que priorice el método comunitario sobre la intergubernamentalidad, aquellos que creen -creemos- en una creciente Unión que no sólo consista en libre comercio. Y cuando escribo “Londres” me refiero a conservadores, liberales, UKIP y, desgraciadamente, laboristas. Estos últimos acaban de unirse al vocerío anti Juncker y anti Parlamento Europeo liderado por el Gobierno conservador. Un portavoz ha afirmado: “El laborismo no apoyará a Juncker…nuestros eurodiputados votarán en contra. Necesitamos reformas y el currículum de Juncker muestra que él las dificultaría”. La actitud laborista, sin duda también contagiada del síndrome de la niebla en el Canal, es penosa. Lo fue ya antes de las elecciones, cuando anunciaron que no votarían al candidato del Partido Socialista Europeo, Martín Shulz. Todo ello era previsible a raíz del artículo publicado por el líder laborista, Ed Miliband (“Europe needs reform but Britain belongs at its heart”, Financial Times, 11-03-14), en el que decía: “Hay que devolver más poder de control a los parlamentos nacionales. Ello implica responder a la preocupación de que la Unión Europea está decidida a avanzar inexorablemente en la vía que conduce a una mayor unión. Quiero dejar claro que ésta no es la visión que el laborismo tiene de Europa”.
Parece, sin embargo, que pintan bastos para la estrategia de Cameron y demás compañeros de viaje. El premier británico había depositado sus esperanzas euroescépticas en la reunión celebrada en Suecia el 9 y 10 de junio con sus homólogos sueco, holandés y alemán (todos exquisitamente defensores del libre comercio). Tiro por la culata porque,contra pronóstico, Merkel no secundó la tesis británica anti Juncker, y ademásabiertamente rechazó la postura de Cameron de amenazar con abandonar la Unión Europea si Juncker triunfaba. No sólo la canciller alemana -rompiendo su hasta ahora calculada ambigüedad- afirmó que apoyaba a Juncker, sino que recriminó al premier inglés al decir que apoyaba al candidato luxemburgués porque ella actúa de acuerdo al “espíritu europeo…de cara a alcanzar un compromiso…y las amenazas no son parte de ese espíritu. No son parte de la manera en que usualmente procedemos”. Merkel desea evitar que el Reino Unido abandone la Unión Europea porque en él tiene un buen aliado en defensa de las tesis neoliberales, pero, al parecer no a toda costa. Y probablemente no sólo porque tiene que atender las posturas distintas de las suyas que mantiene el partido socialdemócrata, que gobierna con ella en coalición, sino también porque sus hermanos socialcristianos, más sensibles a determinados temas sociales, tienen una clara posición europeista, tal como esta afirmación del nuevo portavoz de los conservadores en el Parlamento Europeo, Manfred Weber, bávaro, indirectamente dirigida a Cameron, demuestra: “La Unión Europea avanza hacia una unión más estrecha de los pueblos europeos, lo que es innegociable para nosotros. No podemos vender el alma de Europa”.