Es una película inquietante. Mantiene la atención de los espectadores del principio al fin de la historia, en definitiva, todo un thriller con los mejores ingredientes del género. Contiene evocaciones del cine de Hitchcock y de su alumno aventajado Brian de Palma.
La historia arranca del departamento que tiene el FBI para investigar y perseguir a los delincuentes que actúan en Internet. Una de sus agentes, la agente especial Jennifer Marsh creía haberlo visto todo… hasta ahora. Pero un asesino, más bien, depredador, cibernético cuelga torturas y asesinatos en su página web. El destino de sus prisioneros depende del público: cuantas más visitas registre su página web, más deprisa morirán las víctimas. Cuando el juego del gato y del ratón se convierte en algo personal, Jennifer y su equipo deberán lanzarse a una carrera contrarreloj para encontrar al asesino.
Una trama que nos hace reflexionar sobre la perversión de nuestra sociedad, sobre el poder de la imagen como espectáculo de masas. La tiranía de las audiencias como único control de calidad de productos que se ponen al alcance de niños y adultos. Hasta ahora, sólo por la caja tonta, pero con la explosión de las nuevas tecnologías se han incrementado los canales, Internet, videoconsolas, móviles, etc. Un mundo, donde los principios y valores se enuncian más que nunca, pero la frivolidad nos inunda.
Reflexiones, si, después de haber visto la película y haber dejado pasar algunas horas, porque durante su visionado no hay espacio para otra cosa que sentir miedo, angustia o al menos a los más duros suspense.