Todo parece indicar que se abre un nuevo contexto económico con oportunidades de crecimiento. La caída en el precio del petróleo, el bajo coste de la deuda, el tipo de cambio del euro favorable a la exportación y las nuevas estrategias expansivas del BCE parecen animar algo la economía. También es cierto que se mantienen incógnitas relevantes en torno a la baja productividad, los altos niveles de deuda y los riesgos de deflación. No obstante, si la ansiada recuperación fuera un hecho en nuestro país, como todos deseamos, la gran pregunta sería: ¿quién se va a beneficiar? ¿el 10% que ya se benefició de la crisis? ¿o el 90% que la sufrió?
Como viene siendo habitual durante los últimos años, el liderazgo de las ideas progresistas nos llega de Norteamérica. Ha sido Obama, el Presidente de los muy capitalistas Estados Unidos, quien ha pronunciado las frases que, al parecer, ningún gobernante europeo de izquierdas se atreve a pronunciar: “¿Aceptaremos una economía que solo beneficia a unos pocos espectacularmente?”, “A todos los que rechazan subir el salario mínimo, les digo: si crees que se puede mantener a una familia con menos de 15.000$ al año, pruébalo”, “Es hora de un mayor reparto de las cargas entre los ricos y las clases medias”. Son las ideas “post-capitalistas” y de la “economía para la igualdad” que defienden Piketty en Francia y Pedro Sánchez en España.
Las claves en el reparto de la pretendida recuperación son dos, al menos. Primero, la clave fiscal. Los nuevos márgenes que proporciona el contexto económico europeo pueden utilizarse para rebajar impuestos a las rentas altas y a las grandes empresas, como ya anuncia el PP en España. O pueden utilizarse para impulsar planes públicos de creación de empleo y para recuperar derechos sociales perdidos en las clases medias trabajadoras durante la etapa de los fuertes recortes. O más enriquecimiento para unos pocos, o más empleo y calidad de vida para las mayorías.
La segunda clave estará en la calidad de los empleos. Si la recuperación se lleva a cabo con la actual legislación laboral en España, los nuevos contratos de trabajo serán cada vez más temporales, más precarios y con menos salarios. La reforma laboral de 2012 ha provocado la sustitución progresiva de contratos indefinidos a tiempo completo por contratos temporales y a tiempo parcial con carácter involuntario. Los salarios han caído a niveles de hace 30 años. Más de la mitad de las horas extras realizadas no se cobran. La explotación y la pobreza laboral son realidades cada vez más extendidas. O la recuperación se acompaña de una nueva legislación laboral, con más garantías para los derechos de los trabajadores, o solo se beneficiarán los de siempre.
Por eso importa la recuperación, pero importa tanto o más quién gobernará la recuperación, cómo, con qué objetivos y, sobre todo, para quién. El PP ha facilitado que los más poderosos se beneficiaran de la crisis, a costa de la mayoría. Nada hace pensar que pudieran cambiar de criterio en una eventual recuperación. Podemos solo aspira a hacer saltar el sistema por los aires, porque han llegado a la conclusión de que cuanto peor le vaya a la mayoría y más se generalice el cabreo, mejor irán sus expectativas electorales. En consecuencia, la mayor esperanza para las clases medias trabajadoras está en un gobierno socialdemócrata que propicie un aprovechamiento justo e igualitario de la recuperación económica.
Posiblemente ya no esté en juego tan solo un mayor o un menor nivel de contestación social ante las desigualdades. Puede que hayamos pasado esa fase. Ahora nos jugamos la legitimidad del modelo económico vigente y del sistema democrático que nos ha proporcionado derechos y libertades. Porque cada vez hay más gente dispuesta a reventar el sistema si el sistema revienta la esperanza de la mayoría.